Emaús. Domingo XIV del Tiempo Ordinario (C)

Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.

Escucha la Palabra

Primera lectura (Isaías 66,10-14c)

La profecía de Isaías tiende a consolidar a los desterrados y reanimar la esperanza de la restauración de Jerusalén, basándose en imágenes y alusiones muy repetidas en otros pasajes proféticos: se hace a Jerusalén una invitación a la alegría, se anuncia un río de bendiciones sobre la ciudad.

FESTEJAD a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes. Porque así dice el Señor: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida,  las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado, se manifestará a sus siervos la mano del Señor».

Salmo responsorial (Salmo 65)

ACLAMAD AL SEÑOR, TIERRA ENTERA.

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre;
cantad himnos a su gloria;
decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!»
Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor, las obras de Dios,
que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres.
Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con él,
que con su poder gobierna eternamente.
Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica,
ni me retiró su favor.

Segunda lectura (Gálatas 6,14-18)

Pablo hace una reflexión cristiana de la cruz y del sufrimiento en la vida del creyente. Sólo por la cruz con Cristo llegamos a la resurrección con él. Por eso es necesario vivir de verdad crucificados con Cristo para el mundo de la carne y del pecado, y no gloriarse sino en la cruz del Señor.

HERMANOS:
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura.
La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.
En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.

Evangelio (Lucas 10,1-12.17-20)

El Evangelio de hoy nos habla de la misión de los setenta y dos discípulos. El mensaje que tienen que anunciar es el Reino de Dios. El poder de curar enfermos, el saludo de paz, las normas sobre la pobreza y el hospedaje están en función de esa misión de anunciadores del Reino. Los caminos de Dios no son los de los hombres: tenemos que recordar siempre que la iglesia no es ni debe ser «destemundo» ni «destestilo».

EN aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».

Vive la Palabra

Enviados de dos en dos

Por segunda vez en el evangelio de Lucas, Jesús envía a sus discípulos a la misión. Ahora la época de la cosecha ha llegado y son necesarios muchos obreros para recoger la mies; son setenta y dos, un número que evoca la traducción de la biblia griega de Génesis 10, en donde aparecen setenta y dos naciones surgidas de la descendencia de Noé, que pueblan la tierra toda.
Jesús va camino hacia Jerusalén, el camino que debe ser modelo del camino de la comunidad futura. Salen de dos en dos para que el testimonio tenga valor jurídico según la ley judía (ver Dt 17,6; 19,15). Se trata de ser testigos de verdad.
La misión no será fácil; debe llevarse a cabo en medio de la pobreza, sin alforjas ni provisiones.
La misión es urgente y nada debe estorbarla, por eso no pueden detenerse a saludar durante el camino; tampoco los discípulos deben forzar a nadie para que los escuche, pero sí es su deber anunciar la proximidad del Reino.

Ora con la comunidad

Señor Jesús,
tú que enviaste a los setenta y dos,
para anunciar el Evangelio a la gente,
y los llenaste de tu poder;
cólmanos también a nosotros de tu gracia
para que podamos cumplir con nuestra tarea de misioneros
en el mundo en el que vivimos.
Tú vives y reinas con el Padre
en la unidad del Espíritu Santo
y eres Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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