Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.
Escucha la Palabra
Primera lectura (Génesis 18,20-32)
Este texto nos muestra a Abraham como intercesor ante Dios por los habitantes de dos ciudades pecadoras. La negociación entre el intercesor y Dios, recuerda el estilo oriental del regateo. Busca acentuar la insistencia intercesora de Abraham y la magnitud del pecado de las ciudades; pero sobre todo, la bondad de un Dios que permite que Abraham «abuse» de su confianza.
Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor. Abrahán se acercó y le dijo: «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?».
El Señor contestó: «Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos».
Abrahán respondió: «Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Y si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?».
Respondió el Señor: «No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco».
Abrahán insistió: «Quizá no se encuentren más que cuarenta».
Él dijo: «En atención a los cuarenta, no lo haré».
Abrahán siguió hablando: «Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?».
Él contestó: «No lo haré, si encuentro allí treinta».
Insistió Abrahán: «Ya que me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si se encuentran allí veinte?».
Respondió el Señor: «En atención a los veinte, no la destruiré».
Abrahán continuó: «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más: ¿Y si se encuentran diez?».
Contestó el Señor: «En atención a los diez, no la destruiré».
Salmo responsorial (Salmo 137)
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario.
Daré gracias a tu nombre,
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros,
me conservas la vida;
extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo.
Y tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
Segunda lectura (Colosenses 2,12-14)
A partir de este texto los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que somos sepultados con Cristo; pero es también como la madre que engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual sólo tiene eficacia avalado por la fe en el Dios que resucitó a Cristo.
Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó con él. Canceló la nota de cargo que nos condenaba con sus cláusulas contrarias a nosotros; la quitó de en medio, clavándola en la cruz.
Evangelio (Lucas 11,1-13)
Los exegetas reconocen en el escrito de Lucas la transmisión más fiel de la oración del Padrenuestro, la versión más breve de las que aparecen en los evangelios.
Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Vive la Palabra
Dios bueno
Dios es un Padre bueno que está buscando constantemente el bien de sus hijos. Todo lo que recibimos de él son siempre gracias. Nunca recibimos de él cosas malas, aunque a veces tenemos esa impresión. Cuando sucede alguna desgracia decimos: «¿Qué le habré hecho yo a Dios para que me ocurra esto?» No le hemos hecho nada y tampoco él nos envía los males que experimentamos.
Muchas veces tenemos la impresión de que la puerta sigue cerrada y no se abre. Kafka (escritor judío checo: 1883-1924) cuenta el caso de una persona que quería entrar en la iglesia y no era capaz de abrir la puerta por más que empujaba contra ella. Sólo después de un rato se dio cuenta de que la puerta abría hacia fuera y no hacia dentro. Quizás también a nosotros nos pasa eso. Empujamos y empujamos para mover a Dios cuando sería tan fácil atraerlo hacia nosotros, no para que haga lo que nosotros queremos sino para que nosotros deseemos lo que él quiere.
Debemos pedir ante todo el don del Espíritu Santo. Él contiene todos los demás dones y cosas buenas que pedimos a Dios. Pedir el Espíritu Santo significa pedir el amor de Dios. Dios lo ha puesto en nuestros corazones y es el Espíritu el que reza en nosotros. El hombre necesita muchas cosas, pero sobre todo busca ser amado y acogido por Dios. Y Dios nos ama y nos acoge dándonos su Espíritu.
Él está siempre de nuestra parte. Por eso para los que aman a Dios, todo coopera para su bien.
En la oración de petición no se trata de querer vencer a Dios para que haga lo que nosotros queremos. La verdadera victoria para el creyente consiste más bien en dejarnos vencer por Dios, en rendirnos ante él, en aceptar su amor incondicional.
Ora con la comunidad
Padre misericordioso,
que escuchas las suplicas de los que acudimos a ti en nombre de tu Hijo;
concédenos conocer tu bondad
y hacérsela conocer por nuestras palabras y obras
a quienes se cruzan con nosotros en el camino de la vida.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.