Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.
Escucha la Palabra
Primera lectura (Eclesiástico 35,12-14.16-18)
Dios escucha las súplicas del pobre y del oprimido. Dice muy gráficamente el texto que «los gritos del pobre atraviesan las nubes hasta alcanzar a Dios». Este fragmento del Eclesiástico nos va a recordar claramente lo que, después, nos contará el evangelio.
Salmo responsorial (Salmo 33)
Y ÉL LO ESCUCHÓ.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.
Segunda lectura (2 Timoteo 4,6-8.16-18)
Hoy leemos el último fragmento de la carta segunda de Pablo a Timoteo. El Apóstol se despide de Timoteo… y de la vida, ya que pronto iba a ser martirizado. Él afirma haber recorrido el camino indicado por el Señor. ¿Y nosotros, lo hemos hecho?
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Evangelio (Lucas 18,9-14)
Fariseo y publicano. Dos formas de oración que reflejan dos actitudes ante la vida, ante Dios y ante los demás. ¿Con cuál te identificas?
Vive la Palabra
Fariseos y publicanos
Jesús dedica la parábola a las personas amenazadas por el pecado del orgullo espiritual, que se creen justas, con una frágil arrogancia que sólo sobrevive criticando a los demás.
El fariseo oraba de pie como era costumbre hacerlo en la época. Era sincero al confesar no ser ladrón, ni injusto, ni adúltero. Cumplía la Ley más de lo que la Ley misma prescribía: ayunaba dos veces por semana, aunque sólo era obligatorio ayunar el Día de la Expiación; pagaba el diezmo de todo lo que ganaba, estando mandado pagar solamente el diezmo de los frutos principales. A decir verdad, el fariseo era un judío piadoso.
El recaudador, por el contrario, no tenía nada de qué enorgullecerse, al parecer. Reconocía su propia indigencia delante de Dios, ante quien no cabe otra postura.
Paradójicamente, en la parábola, queda mal el piadoso y bien el recaudador. Y es que Dios condena la altanería de quienes, por sus buenas obras, miran a los demás por encima del hombro. El engreimiento molesta a Dios y daña la convivencia humana. Dios se fija en aquellos en los que nadie se fija y oye a quienes se dirigen a él con el corazón abierto, libre de orgullo y palabrerías vanas. El Dios de Jesús está con quienes saben situarse ante Dios, no despreciando a los demás.
El fariseo, de ayer y de hoy, representa a quien se cree justo, poseedor de la verdad y con derecho a juzgar, despreciar y condenar a los demás. No necesita nada de Dios, no tiene nada de qué arrepentirse. Su acción de gracias es un monólogo de autocomplacencia. No dialoga con Dios. Una persona así se incapacita para amar y para aceptar un Dios Amor y Padre de todos.
El publicano reconoce su condición de pecador, tiene necesidad de acogida y salvación, espera ser perdonado y tiene plena confianza y esperanza en la misericordia divina. Dialoga con Dios. Se abre al perdón y siente que Dios es para vivir, para curar, para iluminar para resucitar, para solucionar la vida, no para cargarla aún más. Dios no es el premio de los buenos y el castigo de los malos: es el Padre y el Médico de todos y para todos, que ama más a quien le necesita más.
Sigue contando con nosotros. Seguimos contando con él para curarnos.
El publicano ha pedido y obtenido la misericordia de Dios en su oración acompañada de humildad y arrepentimiento. Mira al futuro, se abre a la experiencia gozosa del perdón de Dios y a la esperanza de una vida renovada. Puede bajar a su hogar, reencontrar su realidad cotidiana, su condición personal, sus relaciones profesionales y familiares. Es el mismo, pero todo ha cambiado gracias a la mirada amorosa y acogedora de Dios.
Ora con la comunidad
Dios de misericordia,
aumenta nuestra fe, esperanza y caridad
y, para conseguir tus promesas,
concédenos amar tus preceptos.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.