Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.
Escucha la Palabra
Primera lectura (2 Samuel 5,1-3)
La unción de David con aceite como rey de Israel prefiguraba la unción de Jesús por el Espíritu, el único Rey de todos los hombres.
Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.
Salmo responsorial (Salmo 21)
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
Segunda lectura (Colosenses 1,12-20)
Pablo transmitió a la comunidad de Colosas un himno que se recitaba en otras comunidades y que proclama a Cristo como centro de toda la historia humana y fundamento de la salvación que Dios quiere para todos los hombres.
Demos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Evangelio (Lucas 23,35-43)
El rey (Jesús) subido en su trono (la cruz) imparte la única justicia que le es propia: la misericordia («hoy estarás conmigo en el Paraíso»). Jesús murió igual que vivió, amando y perdonando, y por eso ha sido constituido como Señor de toda la creación y está vivo para siempre.
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Vive la Palabra
Llega el fin del mundo. ¿De qué mundo?
Jesús de Nazaret, representa, tanto ayer como hoy, al hombre de verdad. Es una cumbre, un sueño. Y lo es para los que confiesan su nombre en el seno de las iglesias y para muchos otros que lo admiran al margen de ellas y frecuentemente contra ellas. Por eso unos y otros proyectamos en él nuestros anhelos al mismo tiempo que lo sometemos a un proceso de encarnaciones sucesivas. Lo trasplantamos cada dos por tres de escenario, le alteramos el maquillaje y le inventamos motes nuevos: Jesús «amigo», Jesús «superstar», Jesús «líder»…
Esto no sucede sólo con los que andan buscando a tientas o han hecho de la fe un supermercado. Puede sucedernos a nosotros, que hemos sido bautizados en su nombre, que pertenecemos a su comunidad. Podemos gritar que Jesús es nuestro Rey sin identificarnos con lo que su reinado implica de novedad y de ruptura. Muchos no ven en los creyentes los rasgos de una comunidad apasionada por el Reino, sino un grupo inerte que no sabe bien a quién sigue. Quizá podríamos continuar siendo lo que somos sin ninguna referencia explícita, personal, a él. Hasta podríamos reunirnos en su nombre sin sentirnos afectados por su misterio. Participamos, en una medida superior a la que estamos dispuestos a admitir, de la atmósfera fragmentada que respiramos. Por un lado, nos conducimos en muchas áreas de la vida cotidiana como si este Hombre y su Reino fueran realidades caducas. Por otro, seguimos considerándonos de los suyos. Por eso es urgente para nosotros, los cristianos, la «vuelta al Jesús anunciador apasionado del Reino»: él nos liberará de las crecientes propuestas esotéricas, de las meras proyecciones utópicas, de los cansancios y rutinas eclesiales.
Las diferencias entre el reinado que Jesús propone y los modelos humanos son evidentes. Los reinos de este mundo, para garantizar la vida suelen amenazar con la muerte. Jesús, con su muerte, impulsa definitivamente un Reino de vida y para la Vida.
Ora con la comunidad
Dios misericordioso, que quisiste poner
el fundamento de todas las cosas
en tu Hijo muy amado, Rey del universo;
haz que toda la creación,
liberada de la esclavitud del pecado,
te sirva y te glorifique sin fin.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.