Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.
Escucha la Palabra
Primera lectura (Malaquías 3,19-20a)
Inspirándose en el Deuteronomio y en los antiguos profetas para responder a la situación de la sociedad en que vive, Malaquías insiste en el amor de Dios, en su justicia y en su retribución por la que el Señor da a cada uno según sus obras.
Salmo responsorial (Salmo 97)
Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes.
Al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.
Segunda lectura (2 Tesalonicenses 2,16-3,5)
La capacidad de fabulación del ser humano en torno al final del mundo ha existido siempre. Pablo de Tarso advierte a los de Tesalónica que allí pasan el tiempo sin trabajar, ocupados en especular sobre un final que no llega. Pablo es directo y práctico: «el que no trabaje que no coma» ¿Tendríamos que decir nosotros lo mismo ante tanto esotérico que anda suelto por ahí sin trabajar en nada útil?
Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros.
No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar. Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.
Evangelio (Lucas 21,5-19)
Llega el fin del mundo. Pero no acaba nunca de llegar. Esto tiene que acabarse: las cosas tantas veces no están como Dios quiere. A los cristianos nos toca arrebatar el fin de este orden social que sigue causando sufrimientos a tanta gente. Pero trabajar por el Reino nos trae dificultades y dolor y nos exige entrega comprometida. No todos están dispuestos a pagar ese precio por el Mundo Nuevo.
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Vive la Palabra
Llega el fin del mundo. ¿De qué mundo?
La situación de persecución, injusticia y opresión en que vivían los primeros cristianos les llevó a anhelar con toda el alma el fin del mundo y la consiguiente venida del Mesías. Tales eran las expectativas a este respecto en las primitivas comunidades cristianas que Pablo tuvo que ponerse serio con algunos de sus miembros. Así escribía a los Tesalonicenses las palabras de la segunda lectura de hoy, avisándoles de que no se dejasen llevar por anuncios estrafalarios sobre el fin del mundo. Hasta tal punto estaban convencidos muchos cristianos de la inminente llegada de ese fin, que incluso habían dejado de trabajar para esperarla. Pablo no está de acuerdo con esta actitud cuando los anima al trabajo y los invita a retraerse de todo hermano que lleve una vida ociosa y afirma tajantemente que el que no quiera trabajar, que no coma. Esto sucedía el año 51 de nuestra era.
Lucas, por su parte, utiliza el lenguaje apocalíptico, propio de su tiempo, que no hay que entender de forma literal. Jesús nos anima a mirar hacia delante, a recorrer el camino que nos lleva a la felicidad verdadera, construyendo un mundo más humano, más cristiano. El final de los tiempos no es inminente. Pero sí es serio y comprometido. Mirar al mañana no es olvidarse del hoy, sino vivirlo con mayor compromiso, valentía, confianza y esperanza activa y serena. Jesús siempre es Buena Noticia. Más importante que el miedo ante el futuro es el ánimo para el presente. Tenemos que tener bien claro que el fin del mundo es el comienzo de un mundo por fin acabado, donde se manifiesta plenamente la fraternidad de Dios. Y que, mientras llega, no es hora de especular, sino de construirlo.
Ora con la comunidad
Señor y Padre de misericordia,
enséñanos a transformar las relaciones entre los hombres
para construir una historia humana
de amor y de libertad,
de justicia y de paz,
y adelantemos así la llegada del Reino
que tú nos tienes prometido.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.