Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.
Escucha la Palabra
Primera lectura (Eclesiástico 15,16-21)
Los mandatos del Señor nos llevan a la dicha, a la libertad y a la vida. Porque Dios quiere a sus hijos. Aceptar su voluntad es lo mejor. ¡Ojalá pudiéramos conocer siempre su voluntad! Podrías escoger otro camino, porque eres libre. Pero no sería una elección prudente. Te llevaría a la muerte.
Salmo responsorial (Salmo 118)
Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.
Tú promulgas tus mandatos
para que se observen exactamente.
Ojalá esté firme mi camino,
para cumplir tus decretos.
Haz bien a tu siervo:
viviré y cumpliré tus palabras;
ábreme los ojos
y contemplaré las maravillas de tu voluntad.
Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu ley
y a guardarla de todo corazón.
Segunda lectura (1Corintios 2,6-10)
Decíamos que sería muy bueno conocer y acoger la voluntad de Dios. Esto no lo conseguiremos con nuestro esfuerzo humano. Ninguno de los príncipes o sabios de este mundo lo ha conocido. Es revelación de Dios. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu.
Hablamos de sabiduría entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino que, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman». Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
Evangelio (Mateo 5,17-37)
Hermanos: Hablamos de sabiduría entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, condenados a perecer, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino que, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman». Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y silo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo. Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”. Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio. También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».
Vive la Palabra
Pero yo os digo
Al explicar el Sermón de la Montaña, Jesús quiere abrirnos nuevos horizontes. No nos asustemos. Cuando Jesús habla, no es para cargarnos, sino para aliviarnos; no para esclavizarnos, sino para liberarnos. Él nos quiere sacar del agobio legalista y quitar los pesos que nos aplastan. «Venid a mí los que estáis cargados, que yo os aliviaré». La palabra de Jesús no es legalista, es misteriosa; no es letra, es música; no impone códigos, sino que transmite espíritu. Naturalmente que nos exige, pero para que crezcamos.
- Antes se os decía: levantaos. Pero yo os digo: superaos.
- Antes se os decía: caminad. Pero yo os digo: volad.
- Antes se os decía: no riñáis. Pero yo os digo: abrazaos.
- Antes se os decía: no os robéis. Pero yo os digo: regalaos.
- Antes se os decía: no os embarréis. Pero yo os digo: perfumaos.
- Antes se os decía: no os hagáis llorar. Pero yo os digo: haced reír.
- Antes se os decía: no derraméis sangre. Pero yo os digo: dad la sangre.
- Antes se os decía: compartid el pan. Pero yo os digo: haceos pan.
Los mandamientos antiguos eran más bien leyes de mínimos, exigencias negativas, límites que no se deben traspasar. Lo de no jurar, no matar, no robar. Aún hoy muchos se creen buenos porque no roban ni matan. Son personas honradas. Son buena gente. La exigencia cristiana va más allá. Si seguimos la ley del amor, el amor no tiene límites. «Disculpa sin límites, cree sin límites…».
Ora con la comunidad
Padre Dios,
que revelas la plenitud de la ley
en la justicia nueva fundada en el amor,
haz que el pueblo cristiano, reunido para celebrar el domingo,
sea coherente con las exigencias del Evangelio,
y aparezca en el mundo como signo de paz y reconciliación.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.