Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.
Escucha la Palabra
Primera lectura (Levítico 19,1-2.17-18)
La Ley mosaica exige muchas cosas, algunas de ellas son preciosas, como la de no odiar ni vengarte del hermano, como la de amar al prójimo como a ti mismo. Un primer paso del amor, con los límites de la proximidad.
Salmo responsorial (Salmo 102)
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que le temen.
Segunda lectura (1Corintios 3,16-23)
Pero lo importante es que la fuente de estas exigencias no las pone en criterios humanos, más o menos racionales, sino en Dios, que es Santo. Uno tiene que ser lo que adora.
Evangelio (Mateo 5,38-48)
La santidad tiene que manifestarse en toda nuestra vida. Y la manifestación más importante se centra en la caridad, porque Dios, que habita en nosotros, es caridad. Por eso nuestro amor al prójimo ha de ser brillante y sobresaliente, amando aún por encima de las exigencias y capacidades humanas, como el amor a los enemigos.
Vive la Palabra
Sed perfectos, como vuestro Padre
Dos cosas nos pide hoy Jesús:
- Sed perfectos. No basta con ser buenos, honrados, justos… Hay que ser santos, perfectos, la plenitud. No una perfección limitada, con excepciones y limitaciones, sino plenificada, integral, sin mancha ni arruga, transparente y reluciente, como una joya.
- Como vuestro Padre. La fuente y el modelo y la cima de nuestra perfección está en el Padre. La perfección, mirando humanamente, es imposible. Dios nos da la posibilidad en Jesucristo y en el Espíritu. Él nos ofrece la gracia de Jesucristo y derrama en nuestros corazones la Santidad del Espíritu, para que podamos vivir en Dios y como Dios.
Ahondando en el misterio de la santidad, de la perfección divina, Jesús nos explicará que todo se entiende y se explica desde la misericordia y el amor. Donde Mateo dice: Sed perfectos, Lucas traduce: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36).
La misericordia es la genética de Dios, su verdadero Nombre (ver Ex 33,6). Dios está hecho de misericordia. Todo su poder y su sabiduría están tejidos de misericordia, y nada podrán hacer en contra de la misericordia. ¡Qué misterio! ¿Cuándo comprenderemos que Dios es un océano inmenso de misericordia? ¿Cuándo comprenderemos que toda nuestra existencia es fruto de su misericordia? ¿Y que todo lo que Dios nos pide es que seamos misericordiosos? Sé misericordioso y serás perfecto; haz misericordia y agradarás a Dios. Déjate llevar de la misericordia y «haz lo que quieras». Esto es aplicable al culto, a las normas, a las catequesis, a las homilías, a la vida familiar y social… Todo debe llevar marcada a fuego la imagen de la misericordia, verdadera savia de nuestra vida.
Cristo es el Dios con nosotros, la Palabra hecha carne, nuestro médico y maestro, nuestro amigo y esposo; nuestro redentor y Salvador… Pero antes que todo y en todo es la misericordia de Dios con entrañas. Es el buen samaritano universal, el verdadero padre del hijo pródigo. No hace falta insistir en esta fuente secreta de la vida de Cristo, el que se conmueve —¡sus entrañas conmovidas!— y se vuelca sobre todas las miserias humanas.
Si hoy le preguntamos a Cristo qué tenemos que hacer, nos dirá: Poned cada día vuestro corazón junto al mío, para que sintonicen y proclamad que el Padre Dios nos abraza a todos en su misericordia.
Ora con la comunidad
Padre Dios, que en tu Hijo, despojado y humillado en la cruz,
has revelado la fuerza de tu amor,
abre nuestros corazones al don de tu Espíritu
y rompe las cadenas de la violencia y el odio,
para que sepamos ser testigos de tu Evangelio de paz.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.