Aquí tienes el guión de la asamblea, por si estás en tu casa y no puedes participar en la reunión de ningún grupo. Queremos que te sientas cerca de nosotros, aunque no lo estés físicamente. La misericordia del Señor traspasa paredes y acorta distancias.
La samaritana. Yo te daré el agua viva
Nos disponemos
Al inicio de este encuentro de oración invocamos al Espíritu Santo para que abra nuestro corazón a la Palabra. Rezamos juntos:
Ven, Espíritu Santo,
ilumina nuestros ojos con tu luz
y deja de Jesucristo te plante en nuestros corazones
como fuente de agua viva.
Sana nuestras heridas,
cura las llagas que nos dejó el pecado
y reconcílianos con el Padre
y con nuestros hermanos los hombres.
Por Nuestro señor Jesucristo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Proclamamos la Palabra: Juan 4,5-42
5 Llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; 6 allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. 7 Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber».
8 Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: 9 «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
10 Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva» .
11 La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; 12 ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».
13 Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
15 La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla».
16 Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve».
17 La mujer le contesta: «No tengo marido».
Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: 18 has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».
19 La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. 20 Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
21 Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así . 24 Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad».
25 La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».
26 Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo».
27 En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?».
28 La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: 29 «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?».
30 Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. 31 Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come».
32 Él les dijo: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis».
33 Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?».
34 Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. 35 ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; 36 el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. 37 Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. 38 Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos».
39 En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho». 40 Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. 41 Todavía creyeron muchos más por su predicación, 42 y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
Leemos atentamente: ¿Qué dice el texto?
Tras un momento de silencio releemos atentamente el texto. Las pautas y las preguntas nos pueden ayudar a hacerlo.
La referencia bautismal de este domingo de cuaresma
El carácter bautismal de la Cuaresma, especialmente de la del ciclo del ci, que es el que estamos celebrando este año, se pone especialmente de manifiesto en los domingos 3º, 4º y 5º de este tiempo litúrgico. De ahí que las lecturas de este domingo 3º estén centradas en el simbolismo del agua. El libro del Éxodo nos cuenta que, cuando Israel atravesaba el desierto, murmuró contra el Señor a causa de la sed y éste hizo brotar agua de una roca. En ella se simbolizaron después todos los dones que el pueblo recibió de Dios a lo largo de su travesía histórica, especialmente la ley de Moisés. Pero el evangelio de Juan se atreve a corregir las antiguas tradiciones al afirmar que el verdadero «don de Dios» es el agua viva del Espíritu que Jesús da a quien se la pide. Y Pablo corrobora esa misma idea al hablar del amor que Dios «derrama» sobre el corazón de los creyentes. Siempre que, como nos advierte el salmo, no sea un corazón endurecido.
El libro de los signos del evangelio de Juan
Este pasaje del encuentro entre Jesús y la samaritana, pertenece a la primera parte del evangelio de Juan, conocida como el «Libro de los signos» (Jn 2-12). En esta sección del evangelio se narran una serie de obras portentosas de Jesús, cuyo sentido se aclara a través de los diálogos, debates y discursos que las acompañan. Lo importante no es lo que tienen de «milagros», sino aquello que revelan sobre la persona de Jesús, por eso el evangelista los llama «signos». Los capítulos que encabezan este Libro (Jn 2,1-4,42) nos presentan a Jesús como portador de un nuevo orden de cosas que declara superadas las viejas instituciones religiosas del judaísmo. Con él caduca la antigua alianza. El episodio del encuentro con la samaritana sirve de conclusión a esta sección y debe ser interpretado en esa misma línea. Pero como se trata de un relato largo y de denso contenido simbólico, solo podremos fijarnos en ciertos aspectos del mismo. Invitamos a los asistentes a profundizar en el relato personalmente durante la semana.
El agua y el pozo
Aparte de los prejuicios de sexo, raza y religión que impedían teóricamente la conversación pública entre dos personas tan dispares (vv. 9 y 27), salta a la vista el malentendido que se produce en torno al tema del «agua». Se diría que la búsqueda de la samaritana está motivada por intereses materiales y que por eso no entiende el sentido simbólico de las palabras de Jesús. Pero no nos quedemos en la superficie del relato y leamos con más atención. No olvidemos que la escena se desarrolla junto al «pozo de Jacob», un lugar ligado a las antiguas tradiciones patriarcales que, a pesar de su hostilidad, compartían judíos y samaritanos. Además, en una cultura donde el agua estaba considerada un bien muy preciado, no es raro que aquel pozo sirviera para simbolizar los «dones de Dios» a su pueblo. La tradición de los rabinos, por ejemplo, comparaba la ley de Moisés con un «pozo». Pues bien, Jesús afirma rotundamente que el agua de ese pozo —el de una religión hecha de normas estériles, lugares privilegiados y ritos excluyentes— ya no tiene capacidad para calmar la sed de Dios que anida en el corazón humano.
Del agua viva a la fe en Jesús
Con la fina ironía que le caracteriza, el evangelista muestra que Jesús, que había pedido de beber, es, en realidad, la fuente del «agua viva». Un agua que se da gratuitamente, que se obtiene sin fatiga y que apaga la sed para siempre al convertirse en un surtidor interior del que mana la «vida eterna». El mismo Jesús aclarará más tarde que ese agua es el Espíritu (Jn 7,37-39). Ése es el auténtico «don de Dios» que la samaritana no conocía. Por eso no puede adorar «en espíritu y en verdad». El culto que profesa es la expresión de una religiosidad frustrada e incapaz de crear relaciones de hijos para con el Padre (vv. 20-24). En realidad, sus cinco maridos simbolizan a los ídolos tras los que Samaría se había prostituido (de los que se habla en 2Re 17,24-41; Os 2,4-25). Por eso, cuando descubre que su deseo más profundo solo puede saciarse en el «pozo de Jesús», deja allí su cántaro, porque ya no lo necesita. Ella misma se ha convertido en un manantial de «agua viva» (v. 14) y puede dar de beber con ella a sus compatriotas. Ahora bien, buscando el «agua viva», la samaritana descubre algo mucho más importante.
El conocimiento progresivo de Jesús
La samaritana desconoce el «don de Dios» y, por tanto, ignora quién es el que le pide de beber (v. 10). Pero a medida que dialoga con Jesús, va descubriendo poco a poco su verdadera identidad. Al principio lo ve simplemente como «un judío», es decir, como un enemigo (v. 9). Más tarde se cuestiona su superioridad sobre el patriarca Jacob (v. 12). Después lo considera un «profeta» (v. 19) y, finalmente, acoge la revelación de Jesús como «Mesías» (v. 25-26.29). He aquí el itinerario de fe de una mujer que se convierte después en sembradora del Evangelio y en apóstol de su propio pueblo, cuyo testimonio lleva a los samaritanos a hacer experiencia personal de Jesús, a creer en él y a confesarle como el «Salvador del mundo» (vv. 29.38-39.42).
Meditamos: ¿Qué me dice a mí (a nosotros) el texto?
La Iglesia siempre leyó este pasaje en clave bautismal. De ahí que lo incorporase desde muy antiguo a la liturgia cuaresmal para catequizar a quienes iban a recibir el bautismo en la vigilia pascual. Nosotros, que hemos bebido en las fuentes del Espíritu, debemos ser para otros dadores del agua viva, testigos del Evangelio de Jesús.
Oramos: ¿Qué le decimos a Dios inspirados por este texto?
Adorar «en espíritu y en verdad» significa acercarnos a Dios como hijos movidos por su Espíritu para reconocer en su rostro de Padre la verdad de la que Jesús nos ha hablado. Así, la relación con él no será un culto estéril, sino una fuente de agua viva que apague nuestra sed.
Cada uno puede decir a los demás lo que más le ha impactado de este evangelio que hemos leído y lo que Dios de exige a través de el. Luego podemos rezar todos juntos el Salmo 42:
Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan noche y día,
mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?».
Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo:
cómo entraba en el recinto santo,
cómo avanzaba hacia la casa de Dios
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.
Por qué te acongojas, alma mía,
por qué gimes dentro de mí?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
Nos comprometemos: ¿Qué me pide (nos pide) Dios que haga (hagamos)?
Hacemos compromiso de participar en la celebración comunitaria de la reconciliación que se hará en la parroquia. Y también de buscar un rato para dedicarlo al Señor el viernes o el sábado en las 24 horas para el Señor.