- Como habéis podido observar, en estos últimos días me estoy dirigiendo a todos vosotros puntualmente para dar indicaciones concretas sobre cómo actuar en coordinación y sobre cómo los católicos hemos de acoger las medidas tomadas por nuestras autoridades. Con esas recomendaciones queremos colaborar en la gran responsabilidad colectiva que en este momento todos compartimos: ponerle freno a la expansión de la pandemia del COVID-19, que ya afecta a muchos en el territorio de la Diócesis de Jaén. En esta reflexión, sin embargo, lo que pretendo es acercaros algunas consideraciones sobre cómo vivir desde la fe esta situación y cómo darle un sentido cristiano a esta cuarentena colectiva que estamos viviendo, y que casualmente coincide con el tiempo de la Cuaresma.
Os hago referencia a la Cuaresma, que nos prepara para la Pascua del Señor, que es resurrección y vida, para que este tiempo, que es tan especial y diverso para nosotros, lo vivamos con esperanza, a pesar de los nubarrones. Es decir, del crecimiento permanente del coronavirus y de la emergencia sanitaria que está provocando.
- Muchas veces nos hemos preguntado cómo vivir en el hoy del mundo y de la Iglesia la oración, la limosna y el ayuno cuaresmal. Hacemos bien, porque cada uno de estos medios de santificación los hemos de vivir según las circunstancias de nuestra vida y de nuestro tiempo. Este año nos toca vivirlos en tiempo de dificultad y para muchos de desolación. Por eso, y por si os ayuda, me permito recomendaros cómo vivir estas tres manifestaciones del sacrificio que nos propone la Iglesia para el tiempo cuaresmal.
- Recomiendo, cómo no, la oración sencilla y filial, la que seguramente nace muy espontánea al tomar conciencia de nuestra fragilidad humana, en la que tenemos derecho de preguntarle a Dios qué nos está queriendo decir con lo que nos sucede. Estoy seguro de que los creyentes nos estamos dirigiendo con una súplica humilde a Dios, nuestro Señor, para que nos ayude a encontrar pronto una solución que nos devuelva la salud y la alegría tras este tiempo de prueba que vivimos. No dejéis de orar al Señor en vuestras casas, o en intimidad o en familia; hacedlo con confianza, conscientes de sus palabras: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; tocad, y se os abrirá” (Mt 7,7). Hacedlo también en la oración de los fieles de la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas (laudes y vísperas). A los que tengáis grupos en las redes sociales y comuniquéis contenidos religiosos y recursos para la oración, os animo a que lo ampliéis. Siempre será una buena ocasión de poneros en contacto con el Señor.
- Recomiendo la limosna del consuelo y de la ayuda fraterna. En estos días hemos de intensificar nuestra condición de hermanos para ayudarnos los unos a los otros, venciendo el individualismo y abriéndonos a quien más nos necesite. Lo haremos, especialmente, con los afectados y con las personas más débiles y necesitadas de ayuda, como son los mayores, enfermos y personas que viven solas. Como todos tenemos vecinos mayores, procurad estar atentos y ofrecedle vuestra ayuda. No obstante, la mejor ayuda que podemos prestar es la de nuestra cooperación sin reservas en todo aquello que nos indiquen las autoridades para atajar la expansión del contagio. Ayudarnos a no contraer la enfermedad ha de ser para nosotros una responsabilidad moral de primer orden. Seguir puntualmente, con disciplina y ejemplaridad, todas las recomendaciones que se nos hacen, es la mejor colaboración que podemos prestar en este momento.
- Recomiendo el ayuno en esta Cuaresma como una llamada a actuar con austeridad y prudencia, pensando en los demás, evitando un consumo descontrolado. En estos momentos, todos deberíamos de ser especialmente sensibles y respetuosos con un deber esencial de todos los ciudadanos, y en especial de los cristianos, el de buscar el bien de todos y dar así a nuestros actos un sentido solidario. No acaparar más de lo que sea estrictamente necesario puede ser un buen modo de vivir el ayuno cuaresmal.
- Como recomendación general para vivir este tiempo de Cuaresma y Pascua recuerdo que es un deber moral el limitar toda actividad grupal quedándonos en casa por nuestro bien y por el bien de aquellos a los que, de este modo, no contagiaremos. Hemos de protegernos para proteger. Por esta razón se han suspendido las actividades de culto, las catequéticas y las de formación. Todas han sido aplazadas o suprimidas en nuestra Diócesis, siguiendo las indicaciones del Gobierno de España. Hemos de actuar con conciencia clara de que esto lo hacemos por el bien común. Como nos acaban de recordar nuestras autoridades, es muy probable que vengan tiempos aún peores que los actuales y que se nos pidan otros sacrificios; algunos van a ser especialmente difíciles para quienes tanto aman la preciosa herencia que nos han dejado nuestros mayores, como es celebrar con todo esplendor la Pascua del Señor.
- Sin quitarle ningún valor a como habitualmente vivimos en Andalucía la Semana Santa y Pascua, saliendo a la calle con nuestras procesiones, que siempre se celebran con fervor popular y un seguimiento masivo, quiero recordar que la celebración de la Pascua, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, se celebra, sobre todo, con la confesión de fe en este misterio del amor de Dios. Este año nos va a tocar celebrar la Semana Santa en su forma más esencial. La celebraremos en el corazón, con una actitud de acción de gracias al Señor por lo que significa, para la vida de cada cristiano, recibir la salvación que nos ha logrado Jesucristo, muerto y resucitado. La Semana Santa siempre acontece en el corazón de cada cristiano, cuando surge una oración que nos enseñó el primer apóstol convertido por Cristo Resucitado, San Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). El año litúrgico, en esta ocasión, lo viviremos con un seguimiento interior. Quizás eso hará que cuando volvamos a la calle seamos más conscientes del significado de lo que celebramos.
- Os recomiendo que ese acontecimiento del corazón tenga mucha intensidad y solemnidad: lo podemos celebrar en un clima familiar. Os sugiero, entre otras, estas posibilidades:
- Seguir las celebraciones de Triduo Sacro por Televisión.
- Leer en la intimidad o en familia los cuatro evangelios.
- Hacer una sencilla celebración familiar de triduo santo, con una fórmula que os enviaremos en su momento, si fuera necesario.
- Pero insisto, Semana Santa y Pascua siempre habrá, porque ese acontecimiento sucede en nosotros y para nosotros con independencia del modo de celebrarlo.
- En lo que se refiere a la participación en los actos litúrgicos colectivos en nuestros templos, os vuelvo a recordar que lo más responsable es permanecer en casa. Como bien sabéis, estáis dispensados de acudir a ellos, aunque sean en domingo o en fiesta de precepto. De un modo especial, aunque esta recomendación de no salir de casa sea para todos, llamo a la responsabilidad a las personas mayores, a los niños y a aquellos que sean más vulnerables. Si permanecemos en casa y asumimos todas las medidas de prevención, el virus no se paseará entre nosotros.
- La Iglesia, en el ministerio de los sacerdotes, seguirá celebrando la Eucaristía y acompañando a cuantos necesiten su servicio. En lo que se refiere a la libre participación de los fieles, ya sabéis que la declaración del estado de alarma nos pide que evitemos la concentración y encuentro de fieles. Por eso, en muchas diócesis de España se han suspendido todos los cultos. Es una medida de excepción, que deberíamos de aprovechar para valorar, con más intensidad lo que ahora excepcionalmente nos va a faltar, como es la Eucaristía dominical. Sabed que los sacerdotes celebrarán cada día la Eucaristía por vosotros os dará la confianza de que la Iglesia está a nuestro lado, en actitud de servicio permanente.
- Ante la posible falta de la comunión sacramental, os quiero recordar, de un modo especial, la comunión espiritual. Este medio de “recibir” a Jesús, presente en la Eucaristía, siempre ha sido recomendado por la Iglesia en circunstancias en las que no nos sea posible recibirlo sacramentalmente. Así la recomendaba el Papa Benedicto XVI: “Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II y recomendada por los santos maestros de la vida espiritual” (SC, 55). La comunión espiritual es la manifestación de un deseo, de un fervor y de un hambre de Cristo Eucaristía.
Cómo fórmula, os ofrezco la que compuso San Alfonso María de Ligorio, que tanta difusión ha tenido:
Creo, Jesús mío,
que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas
y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
venid al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno del todo a Ti.
Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
- Concluyo, os animo a todos a intensificar las prácticas de piedad en familia, como ya hemos indicado en el comunicado hecho el 13 de marzo.
No quiero terminar sin mostrar mi respeto y aprecio a las autoridades, por su tarea y desvelo en la búsqueda con sus decisiones del bien común en esta grave situación de crisis en la que nos encontramos.
También quiero hacerle llegar, si me lo permitís en nombre de todos vosotros, nuestra gratitud y aplauso al personal sanitario que con tanta generosidad y competencia está trabajando.
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén
La Conferencia Episcopal Española nos ha recomendado a todas las Diócesis que nos unamos a una iniciativa a de la Comisión Ejecutiva: invita a los fieles, con un toque de campanas, en todas las parroquias a que recen el ángelus todos los días, también, recomienda que al finalizar el ángelus se rece la oración a la Santísima Virgen del Papa Francisco.