Cuarta semana de Cuaresma

Ya queda menos para que acabe nuestro peregrinar hasta las próximas fiestas de Semana Santa y Pascua. El domingo cuarto de la Cuaresma es conocido como el domingo de la alegría, ya que, la cercanía a las fiestas más importantes para los cristianos nos va llenando de esperanza y de entusiasmo. El evangelio que hoy os proponemos es de los imprescindibles. También es de esos cuyo mensaje nos reconforta y más nos gusta escuchar. Se trata de la lectura de la parábola del hijo pródigo. Este año diremos que se trata de la parábola del padre misericordioso. Y es que no está claro quién es realmente el protagonista de este relato. Como siempre, depende del punto de vista desde el que nos situemos.
Estamos por tanto en lo que podríamos llamar la “Semana del Hogar”. Y es que no podía faltar en esta Cuaresma una mirada a lo que tenemos más cerca, nuestra casa, los nuestros. En el hogar podemos encontrar como figura de referencia a los padres. Al fin y al cabo, y a pesar de todo, en la inmensa mayoría de los casos lo último que nos queda cuando todos los demás nos fallan es la familia.
Cualquier tiempo es bueno para volver, ¿por qué no ahora? Con Dios siempre estamos a tiempo para regresar a él. En eso consiste su misericordia. Atendamos nuevamente a la historia y descubramos cómo Jesús nos presenta a su Padre Dios como un Padre de un gran corazón.

El Evangelio del domingo

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
(Lucas 15,1-3.11-32)

Vuelve a casa

  • ¿Te has sentido alguna vez como ese hijo que sale de casa, que parece que huye, que se aleja de los suyos? Piensa en qué momentos así lo has vivido y por qué.
  • ¿Sientes en algunos momentos que te has alejado de Dios, que todavía puedes ser más feliz, que él te espera?
  • Imagina cómo sería ese encuentro de regreso. Dios, ese buen padre, a la puerta de casa, esperándote te acoge, te perdona todo, te prepara una gran fiesta. ¿Qué sientes?
  • Da gracias a Dios porque lo que enseña esta parábola del hijo pródigo o el padre misericordioso ocurre realmente, es la experiencia de fe más verdadera. Así es el Dios cristiano, un Dios que espera, un Dios que perdona, un Dios que ama.
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