Jueves Santo

Hemos llegado al final de la cuaresma. Llegamos al momento más importante del año litúrgico. Prepárate para entrar en el que la tradición cristiana puso el nombre de «Santo Triduo Pascual de la muerte, sepultura y resurrección del Señor».

El Jueves Santo, el último día de la Cuaresma

El Triduo Pascual está formado por el Viernes, Sábado y Domingo de Pascua. Estos tres días están unidos como si fuera un solo día, el Gran Día, centro de todo el año cristiano. En rigor, el Jueves Santo no pertenece al Triduo Pascual. Es el último día del tiempo de cuaresma. Sólo la eucaristía de la tarde-noche, que ocupa la hora de las primeras vísperas de este Jueves, es como una introducción, como una puerta por la que se entra a la celebración cumbre del año cristiano y por eso también se considera formando unidad con estos tres días.

La Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo: el pórtico del Triduo Pascual

La celebración del Jueves Santo por la noche no es —aunque a veces demos la impresión contraria— la celebración más importante de la Semana Santa, sino la celebración que sirve de pórtico al Triduo Pascual. La Misa de la Cena del Señor está orientada de cara a la Pascua, que tiene su culminación en la Vigilia de la noche del Sábado al Domingo; es como una profecía de la Pascua y de su celebración sacramental.

Los judíos celebraban en su cena de Pascua el gran acontecimiento de la salida de la esclavitud de Egipto en el que experimentaron la salvación que Dios les daba actuando «con mano poderosa y brazo extendido»; el acontecimiento a partir del cual ellos empezaron a tomar conciencia de ser un pueblo, pero no un pueblo cualquiera, sino el pueblo de Dios. En la celebración anual de la Pascua recordaban aquel acontecimiento, mas no sólo lo recordaban. Aquel recordatorio era al mismo tiempo una profesión de fe: ¡El mismo Dios que estuvo con nuestros padres y los sacó de la esclavitud de Egipto y los guió por las arenas del desierto es el Dios que cada día está con nosotros y nos saca de todas nuestras esclavitudes y nos sirve de guía para caminar sorteando las contrariedades del desierto de la vida!

Jesús, como buen judío, se reunió también aquel último año de su vida terrena con sus discípulos para celebrar la Pascua, pero le dio a ésta un sentido nuevo: el esclavizador más terrible es el pecado, de él surgen todas las esclavitudes y todas las injusticias que los hombres se imponen mutuamente; y de este faraón terrible que es el pecado es Jesús mismo el que nos libera. Porque Jesús se entrega a sí mismo a la muerte, todos los hombres han sido liberados y pueden liberar al mundo de todo lo que son ataduras, esclavitudes, injusticias y muerte. El pan y la copa ritual de vino que los judíos utilizaban en esta cena festiva son por Jesús saturados de contenido: no es el pan-pan lo que alimenta a los hombres sino el pan-Cristo; y la única bendición posible, la que hace retroceder cualquier maldición, no está en el vino, sino en la sangre de Cristo.

El mismo día y a la misma hora en que Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la última cena, nos reunimos, siguiendo una multisecular tradición, los cristianos, pues recibimos de él mismo el encargo de hacerlo en memoria suya. Y, si lo que celebramos es la entrega de su cuerpo y de su sangre (de su persona y de su vida enteras) por nosotros, la consecuencia para la comunidad cristiana debe ser una actitud de amor y de entrega servicial a los demás. El gesto del lavatorio de pies que nos narra el apóstol Juan en su evangelio y que nosotros repetimos en la misa, no es sino una expresión sensible de lo que queremos que sea la vida de nuestra comunidad. No es repetir un gesto emotivo y bonito para que la comunidad reunida en el templo se emocione pensando en lo que Jesús hizo aquella noche con sus discípulos. No es hacer un teatrito tomando como guión un fragmento de uno de los evangelios. Es un gesto simbólico con el que la comunidad cristiana expresa algo que también podría expresar con palabras: «Cristo, sabemos que tú siendo el Señor te has comportado como el siervo, como el esclavo; también nosotros queremos vivir sirviéndonos y entregándonos unos a otros, porque hemos aprendido de ti que en la iglesia el que quiera ser importante ha de ser el siervo de todos y el que quiera ser primero ha de ponerse el último».

Ahí están unidos en una misma celebración tres tesoros que Jesús dejó a su comunidad: la eucaristía, el sacerdocio y el mandato nuevo, el de amarnos unos a otros como él mismo nos amó. Después de reflexionar sobre esto, qué bien comprendemos que la celebración de hoy es un anticipo, un anuncio de lo que vamos a celebrar el viernes, el sábado y el domingo.

Intentemos hoy dar a los demás muestras de cariño y de gratitud. Hagamos propósito de consolidar nuestros vínculos de unidad, de fraternidad y de solidaridad. Que nuestra celebración desborde los ámbitos del templo y que demos en la calle muestras de nuestro deseo de seguir a Jesús en su actitud de entrega y de servicio.

La Palabra

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, e! Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis».
(Éxodo 12,1-14)

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
(Salmo 115)

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
(1 Corintios 12,23-26)

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y este le dice:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó:
«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
«No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice:
«Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
(Juan 13,1-15)

Revisión

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