Viernes Santo

Hemos entrado ya en el momento más importante del año cristiano, al que la tradición cristiana puso el nombre de «Santo Triduo Pascual de la muerte, sepultura y resurrección del Señor». El Viernes Santo es el día de la pasión y muerte de Jesús.

El Triduo Pascual

El Triduo Pascual está formado por el Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Pascua: o sea, por los tres días de la muerte, sepultura y resurrección del Señor. ¿Por qué tres días para celebrar unos acontecimientos que están tan indivisiblemente unidos? ¿No se podía haber celebrado todo en un solo día y se habría marcado de ese modo mucho mejor la unidad de la pasión y de la resurrección del Señor? Sí, podría haberse hecho también así. Pero hay razones para hacerlo de la otra manera. La primera razón es de tipo bíblico. Los relatos evangélicos reparten todos los acontecimientos en tres días: Jesús muere el viernes al mediodía y es bajado de la cruz por sus amigos el mismo día en la tarde para ser colocado en el sepulcro; el sábado era un día solemne, luego nada se podía hacer: Jesús permanece, sin embalsamar, en el sepulcro; finalmente, el domingo muy de mañana las mujeres y los discípulos descubren el sepulcro vacío. El Antiguo Testamento había anunciado que Dios no dejaría al justo probar la muerte más de tres días, y en Jesús se cumplió la profecía de la Escritura. En la liturgia hemos conservado este ritmo que nos presentan los evangelios. Pero hay otro motivo, el pedagógico; y es que el separar en tres días el misterio de la pasión-muerte-resurrección del Señor nos ayuda a profundizar progresivamente en el misterio que celebramos y que cambia nuestra vida y da origen a la comunidad cristiana.

El Triduo Pascual es además un triduo «especial». En realidad es un día que se descompone en tres; o por mejor decir, un día que consta de ¡72 horas! Todos tenemos la experiencia de que, al margen de los que digan los relojes, las horas se nos alargan o se nos acortan según los acontecimientos y las personas que hay dentro de ellas. También nos suele suceder que cuando vamos de viaje a algún sitio, el camino de regreso se nos hace más largo que el de ida: como que estamos deseando llegar de nuevo a casa y se nos alarga el tiempo con el deseo. La iglesia a lo largo de los siglos se fue dando cuenta de que en veinticuatro horas no cabía todo el misterio de la muerte y de la resurrección del Señor; que había que «inventarse» un día más largo, con más horas, para que le diera tiempo a la comunidad cristiana a estar en intimidad con su Señor admirándose de su amor, aprendiendo sus actitudes para poder llevar al mundo su vida nueva. Y entonces se fue «inventando» el triduo Pascual. Fíjate bien que litúrgicamente el Triduo funciona como un solo día: el viernes y el sábado no se celebra la misa, hay una sola eucaristía, ¡la del Domingo!

Es verdad que durante una época histórica (a partir de la edad medieval) se le dio tanta importancia al viernes santo y a la pasión, al dolor y a la muerte de Jesús que casi se olvidó la resurrección y la Vigilia Pascual casi se perdió por completo (qué raro, ¿no?: una pasión sin resurrección, un Jesús que muere y no resucita). Pero el Papa Pío XII y la reforma litúrgica del Vaticano II se encargaron de dar unidad a la celebración del Triduo Pascual, enriqueciéndolo de contenido bíblico y sencillez.

El Viernes Santo

Hoy empezamos propiamente la celebración de la Pascua. Pascua significa «paso»: el paso de Jesús a través de la muerte a la Vida Nueva y de este mundo al Padre. Hoy es como el primer capítulo de esta celebración de la Pascua; lo que los antiguos escritores cristianos llamaban la «Pascua de la Crucifixión». Pero no está bien que nos quedemos sólo con el aspecto de la muerte, como tampoco sería cristiano celebrar sólo la resurrección el Domingo de Pascua. El recuerdo de la muerte de Jesús que hoy hacemos está ya preñado de esperanza y de victoria; y, de la misma manera, la Vigilia Pascual no sólo recordará la resurrección sino todo el camino que Cristo hace de la muerte a la vida.

Todo el Viernes Santo está centrado en el recuerdo de la muerte y en la cruz del Señor, pero no con un aire de tristeza, ni de luto, ni de desesperanza, sino de celebración y de victoria. Por eso en la Celebración de la Pasión utilizamos las vestiduras de color rojo; y el rojo es el color de la sangre, de la entrega voluntaria de la propia vida, del martirio, de la victoria.

Tres partes fundamentales tiene la celebración de esta tarde:

a) Proclamamos la pasión del Señor según el evangelio de Juan, reconociendo que en su sufrir y en su muerte está el principio de la salvación y de la vida que celebraremos de manera definitiva el Domingo de Pascua.

b) Después hacemos la oración universal elevando a Dios nuestras las súplicas y las plegarias de todos los hombres, para que, fijándose en el sacrificio de su Hijo, acuda en nuestro auxilio; la oración universal de hoy es un verdadero modelo de lo que ha de ser la oración cristiana: «universal», por todos.

c) La cruz, que era un instrumento de suplicio y de tortura en el mundo en el que Jesús vivió, fue convertida por él en el instrumento del Triunfo y de la Victoria. Por eso esta tarde adoramos la cruz y le expresamos tanta veneración como cualquier otro día del año expresamos al sagrario.

d) La celebración de esta tarde acaba con la recepción de la comunión que se hace sin solemnidad ninguna. La comunión de hoy tiene para nosotros el mismo sentido que tiene para un enfermo que la toma cuando está ya muy cercano el día de su muerte: es el «viático», el alimento para el camino, el alimento que nos da fuerza para recorrer con Jesús esa senda que va de la muerte a la vida que no tiene fin.

Hay un gesto al que, por poco frecuente en la liturgia, la gente es muy sensible este día: la postración del sacerdote en el suelo al comienzo de la celebración. Estar tirado en el suelo es en realidad como estar arrodillado, pero más. También hoy todo el pueblo cuando se lee la pasión se arrodilla después que se leen las líneas en las que se dice que Jesús expiró. El ponerse de rodillas de hoy y el postrarse en el suelo no son en absoluto gestos penitenciales. O, al menos, no son sólo eso. Con estos gestos reconocemos delante de Dios nuestra humilde condición, nuestra pequeñez, nuestra debilidad: de tierra somos y en suelo estamos , y al mismo tiempo son gestos con los que le decimos «como somos pequeños, danos tu vida, tu salvación, danos la gracia y el Espíritu que brota de la entrega generosa de tu Hijo».

Es verdad que el día de hoy, e incluso el de mañana, están marcados por la austeridad y el ayuno; incluso por el ayuno sacramental (no se celebra ningún sacramento durante del viernes y el sábado santo). Pero esta austeridad y ayuno, están llenos de esperanza, algo así como el ayuno que hace el que está invitado a un gran banquete y no come nada en casa, reservando su hambre y su sed para poder saborear en la fiesta el mayor número posible de manjares y de bebidas. Un ayuno y una sobriedad esperanzados que desembocarán en la alegría de la resurrección.

La Palabra

Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y comprender algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?;
¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultaban los rostros,
despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca:
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿quién se preocupará de su estirpe?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación:
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomó el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.
(Isaías 52,13-53,12)

Ati , Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.
(Salmo 30)

Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.
(Hebreos 4,14-16; 5,7-9)

Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, e! Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
«No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».
Pilato les contestó:
«Lo escrito, escrito está».
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
«No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
«Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
«Está cumplido».
E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
(Juan 18,1-19,42)

Revisión

Responde: de entre todos los objetos representados en el dibujo, descubre el que Dios y Cristo utilizan para dar la salvación y la gracia a los hombres.

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