ElSábado Santo es un día especial. Un día alitúrgico. El Sábado Santo la iglesia acompaña al Señor en su paso por la muerte. Pero con la esperanza de verlo resucitar.
Mucho más que un día de luto
En el Misal Romano, el Sábado Santo, queda reducido a este breve pero sustancioso aviso:
«Durante el Sábado Santo la iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, quedando por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la resurrección, se inauguren los gozos de Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales. En este día no se puede distribuir a sagrada comunión, a no ser en caso de viático».
El misterio del Sábado Santo es éste: la ausencia del Señor. El Señor ha ocultado su rostro, nos ha sustraído su presencia; el Señor está ausente; el Señor ha muerto. Cuando se nos muere un ser querido decimos que nos ha dejado un vacío que no se puede llenar: ahora, después de la muerte del Señor, la casa, la iglesia está vacía. El Sábado Santo es el contacto con el vacío, con el silencio. Es experimentar lo poco que valen la tierra, el hombre, la vida, si Cristo no está. Pero es también dejar que la fe y la esperanza iluminen ese vacío y esa ausencia de Cristo; saber que ese vacío es transitorio; es convencerse de que aunque nosotros celebremos en el misterio y en el culto la ausencia de Dios, Dios nunca está ausente; es traer al recuerdo de la comunidad una vez más aquellas palabras de Jesús: «si no cae en tierra y muere, el grano de trigo queda infecundo…».
El Sábado Santo no es un día de luto sin más; Jesús descansa en el sepulcro, participa de la muerte de los hombres, para que los hombres podamos participar de su vida cuando él salga de la tumba. La austeridad y el silencio de este día nos ayudan a meditar este misterio y a profundizar en él.