De cara al Jubileo. Asamblea 3

Aqui tienes el guión de la asamblea, por si estás en tu casa y no puedes participar en la reunión de ningún grupo. Queremos que te sientas cerca de nosotros, aunque no lo esté físicamente. La misericordia del Señor traspasa paredes y acorta distancias.

Nos disponemos

El pasaje evangélico que leemos hoy corresponde a la segunda de las instrucciones que encontramos en el capítulo 18 de Mateo sobre cómo debe ser el trato con los pecadores. Contiene una magnífica enseñanza sobre el verdadero sentido del perdón y en ella se nos propone a Dios mismo como modelo, para que sepamos cómo tenemos que perdonar. Comenzamos la reunión cantando juntos.

Ilumíname, Señor, con tu Espíritu.
Transfórmame, Señor, con tu Espíritu.
Ilumíname, Señor, con tu Espíritu.
Ilumíname y transfórmame, Señor.

/Y DÉJAME SENTIR EL FUEGO DE TU AMOR
AQUÍ EN MI CORAZÓN, SEÑOR./

Conviérteme, Señor, con tu Espíritu.
Consuélame, Señor, con tu Espíritu.
Conviérteme, Señor, con tu Espíritu.
Conviérteme y consuélame, Señor.

Proclamamos la Palabra: Mateo 18,21-35

21 Acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
22 Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. 23 Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. 24 Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. 25 Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. 26 El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. 27 Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. 28 Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. 29 El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. 30 Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31 Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. 32 Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. 33 ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. 34 Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. 35 Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Leemos atentamente: ¿Qué dice el texto?

Dos partes en el texto

En el pasaje del evangelio que acabamos de leer podemos distinguir dos partes: la primera contiene la pregunta de Pedro a Jesús y la concisa respuesta del Maestro (v. 21-22); y la segunda, una parábola sobre el perdón (23-35). Nos fijamos inicialmente en el breve diálogo con el que se abre al pasaje.

¿Qué le pregunta Pedro a Jesús? Fijaos en los números que aparecen. ¿Recordáis qué significado tienen esos números en el mundo bíblico?

De la venganza sin límites al perdón sin límites

Como sabemos, con el número siete se expresa en la Biblia la totalidad y la perfección. Siete sería una forma simbólica de decir «siempre» o «todo». Pedro pregunta acerca del perdón al hermano, pero realmente no pretende averiguar el número de veces que le tiene que perdonar, sino cuál debe ser la calidad de ese perdón. Y Jesús responde exactamente a su pregunta: hay que perdonar «setenta veces siete», es decir, el perdón ha de ser perfectamente perfecto, infinitamente infinito.
Además, en esta respuesta de Jesús hay otro elemento importante que no pasó desapercibido a su auditorio. En el primer libro de la Biblia, el Génesis, el castigo prometido a quien atentara contra Caín y contra Lamec era de 7 y de 77 veces, respectivamente (Gn 4,15.24). Jesús realiza un cambio radical en las relaciones entre las personas: de la venganza sin límites se pasa al perdón sin límites. Los versículos siguientes, que  recogen la parábola del perdón, proponen la razón de este cambio.

¿Serías capaz de distinguir tres escenas en la parábola? Inténtalo.

La comparación de dos deudas…

El versículo 23 compara el Reino de los Cielos con lo que sucede con un rey y sus siervos.
Para entender bien la parábola, tenemos que conocer el valor de las dos monedas a las que Jesús se refiere: el denario y el talento. El denario era la moneda equivalente al pago por una jornada de trabajo (ponganos que hoy equivaldría a unos 50 euros); el talento era la moneda de más valor de la época, que equivalía a 6.000 denarios (unos 300.000 euros al cambio actual: ¡cincuenta millones de las antiguas pesetas!); como se comprende, los talentos solo los poseían los reyes y la gente muy rica.
En la primera escena (Mt 18,24-27) comparece un siervo cuya deuda con el rey era prácticamente impagable (diez mil era en griego el número máximo; 10.000 talentos era más que el presupuesto anual de la provincia entera de Judea). Ante la perspectiva de ir con toda su familia a la cárcel, este siervo, suplica paciencia y se compromete a pagar. El rey escucha al siervo y va más allá de lo que le pide: de manera increíble, le condona toda la deuda.
Cuando pasamos a leer la segunda escena (Mt 18,28-30) enseguida nos damos cuenta de que el evangelista la plantea como un calco de la primera, para que las diferencias entre ambas resalten más.

¿Cuáles son esas diferencias?

…y la comparación de dos deudores

En la segunda escena, el encuentro se produce entre dos personas de la misma condición, dos «compañeros», y los cien denarios son una cantidad importante (unos 5.000 euros), pero insignificante comparada con la anteriormente presentada.
El acreedor tiene agarrado por el cuello al deudor y, en lugar de tener paciencia ante la súplica de éste, lo envía a la cárcel.

Fíjate que el segundo siervo hace con su compañero lo que el señor tenía que haber hecho con él y no hizo por compasión. ¿Cómo calificarías la actitud de este siervo?

La tercera escena: el desenlace

El desenlace de la historia lo encontramos en la tercera escena (Mt 18,31-34), motivado por la indignación que lo ocurrido provoca entre los demás compañeros.
El rey le recuerda al siervo sin entrañas cómo le había perdonado su deuda impagable y le recrimina que no haya actuado de forma similar con el otro que le debía una cantidad mucho menor. Por ello le envía a la cárcel y le exige el pago de toda su deuda.

Habiendo leído toda la parábola, ¿cuál crees que es la enseñanza que intenta transmitir Jesús en ella?

Una llamada a parecerse a Dios

Realmente, la manera como actúa el acreedor con respecto a su compañero era el modo  normal de exigir justicia en la vida cotidiana en tiempos de Jesús; si provoca indignación es porque el evangelista tiene la habilidad de presentarla en paralelo al perdón sobreabundante del rey, a quien el auditorio ha identificado con Dios desde el principio de la parábola. De esta forma, Mateo quiere llamar la atención a la comunidad a la que escribe porque tal vez en muchas ocasiones está actuando como ese acreedor, y, al mismo tiempo, proponerles la Buena Noticia del Reino de los Cielos, que establece el orden supremo de la misericordia. El perdón al hermano no es algo accesorio: se sitúa en el centro de la relación del creyente con Dios y le capacita para acoger su misericordia.

Meditamos: ¿Qué me dice a mí (a nosotros) el texto?

En nuestra relación con Dios siempre están presentes nuestros hermanos. Él toma la iniciativa en el amor y la compasión, y nos enseña a progresar en la senda del perdón. Desde el nuevo orden de la misericordia en el que Dios nos coloca podemos ver un horizonte de esperanza en medio del odio y la venganza que aparecen sembrados en nuestra historia cotidiana.

«¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?»: El siervo había sido perdonado, pero no había experimentado realmente el perdón. ¿Cómo has experimentado en tu vida la misericordia y el perdón de Dios? «El Señor tuvo compasión de aquel siervo»: ¿Qué te parece más sorprendente de este Dios del que nos habla el evangelio que hemos leído? «Setenta veces siete». El perdón que recibimos del Señor es completo, perfecto: ¿Es así tu perdón hacia los que te rodean? ¿Qué dificultades encuentras para perdonar de este modo? ¿Qué estás haciendo para crecer en el perdón a los demás? Nuestro Dios es exigente en lo que se refiere al perdón: ¿De qué manera transmites el perdón que recibes de Dios al hermano que tiene alguna deuda contigo? «Por esto se parece el Reino de los Cielos …»: ¿Qué pistas te da el evangelio que hemos leído para transformar nuestro mundo y nuestra sociedad, haciéndolos más parecido a lo que Dios quiere?

Oramos: ¿Qué le decimos a Dios inspirados por este texto?

«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», decimos en el padrenuestro. El perdón no es sólo una actitud cristiana, sino el mejor contexto para comprender nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. Como el siervo de la parábola comparecemos ante el Señor con nuestras deudas, y el perdón que recibimos se transforma en compasión para con nuestros hermanos. Le expresamos a Dios nuestra acción de gracias por su misericordia y le pedimos que nos ayude a crecer en el perdón.
Cada uno puede decirle al Señor unas palabras, desde lo que le sugiere el evangelio que hemos leído y meditado.
Luego rezamos juntos el salmo 102, la oración de un afligido que, en su congoja, desahoga su pena ante el Señor.

Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame enseguida.
Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.
Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.
En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.
Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.
Tú eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.

Nos comprometemos: ¿Qué me pide (nos pide) Dios que haga (hagamos)?

Buscamos un compromiso de grupo para realizar durante esta semana. Una acción que sea concreta y que en la próxima reunión podamos evaluar si hemos cumplido o no. Podría ser, por ejemplo, manifestar nuestra solidaridad con los damnificados del terremoto de Ecuador haciendo una colecta entre los participantes de la asamblea. Sería una forma de «devolverle a Dios un denario» en correspondencia a la inmensa deuda que él nos ha perdonado.

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