Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes acudir a tu parroquia.
Escucha la Palabra
Primera lectura (Hechos de los Apóstoles 5,27b-32.40b-41)
La fe no puede imponerse o prohibirse a golpe de látigos y amenazas. Como respuesta a esta primera persecución cristiana, los apóstoles apelan a la libertad de conciencia —obedecer a Dios antes que a los hombres—, y son confortados por el Espíritu.
Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.
Salmo responsorial (Salmo 29)
PORQUE ME HAS LIBRADO.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
Segunda lectura (Apocalipsis 5.11-14)
Himnos de adoración, alabanza y agradecimiento a Cristo Redentor, el Cordero inmolado por nuestra salvación. Es una liturgia cósmica, como un latido del universo, de todos los vivientes, de todas las criaturas, como un himno universal que se resume en una palabra: Amén. Un Sí de reconocimiento, de victoria y de amor.
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo cuanto hay en ellos—, que decían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Y los cuatro vivientes respondían: «Amén».
Y los ancianos se postraron y adoraron.
Evangelio (Juan 21,1-19)
Una nueva aparición de Jesús, esta vez terminada la noche y el trabajo. Jesús se manifiesta como día y recompensa. Con la presencia de Jesús amanece y la red se llena de peces. Después vendrán la palabra, el almuerzo, el compromiso de amor. Y más tarde el seguimiento y la misión.
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar».
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron: «No».
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Él le dice: «Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?»
Y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».
Vive la Palabra
Una presencia amistosa
La presencia de Jesús junto al lago de Tiberíades coincide con la amanecida. Tenía que ser así. Se dio a conocer por la palabra y la pesca. Jesús es buen pescador, y entiende los secretos de la mar y de las olas. El que convirtió el agua en vino, el que multiplicó los panes, el que caminó sólo sobre las aguas y calmó las tempestades, ahora regala a los discípulos una buena redada de peces. Pero todos estos signos de Jesús tienen varios niveles de lectura.
La pesca está apuntando al trabajo evangelizador. Un trabajo que ha de contar con la presencia de Jesús, porque «sin mí, no podéis hacer nada».
La abundancia de peces está significando a la Iglesia, llamada a crecer en todos los pueblos, a salvar a todos los hombres, a unir a todas las razas y culturas.
Jesús no era reconocido a la primera. Se interponían la duda, el miedo, el ropaje o el personaje. El mismo Saulo tiene que preguntar: «quién eres». A veces se tarda en reconocer, como pasó a los de Emaús. Siempre las verdaderas experiencias de Dios dejan certeza, pero no matemática, lo cual origina no pocos problemas. Juan lo reconoció el primero: «Es el Señor».
Son siete discípulos; ya que no pueden estar los doce, importa que sean siete. Pero estos discípulos son ya personas nuevas, unidos por la amistad y el trabajo, pero unidos sobre todo por la fe en Cristo y el amor.
Después es la palabra —no la Escritura, sino la palabra de Jesús— que los interpela y los reúne; los llama, les enseña y los invita.
Al mismo tiempo, el reconocimiento de la presencia de Jesús. Unos antes, otros después, todos creyeron en esta pascua, todos sabían bien que era el Señor.
Y al final, el banquete. Jesús prepara el almuerzo: unas brasas y pescado; naturalmente no podía faltar el pan. Y se pondrían en común algo de los peces sabia y graciosamente pescados. Es la delicadeza de una madre que lleva a la cama el desayuno a sus hijos.
Jesús invita: Vamos, almorzad. La sabiduría sigue invitando a su banquete: «Venid y comed de mi pan» (Pr 9, 5). El Señor quiere saciar nuestras hambres, llenarnos de felicidad y de vida.
Ora con la comunidad
Que tu pueblo, Padre,
se llene de gozo al verse renovado
y rejuvenecido en el espíritu;
y que la alegría de sabernos hijos tuyos por Cristo
afiance nuestra esperanza de resucitar con él,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.