Emaús. Domingo VI de Pascua (C)

Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.

Escucha la Palabra

Primera lectura (Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29)

En el llamado Concilio de Jerusalén los apóstoles y presbíteros se reunieron para decidir un problema que tocaba la raíz del cristianismo y de la Iglesia: ¿Quién salva, Cristo o Moisés, la gracia o la ley? El principio se concreta en torno a la obligación de la circuncisión para los gentiles. Si, además de la fe, se necesita la circuncisión, salva la ley. El cristianismo sería, no algo nuevo, sino una ramificación del judaísmo. La respuesta, inspirada por el Espíritu Santo, apoya la tesis de Pablo y Bernabé: «Nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús».

EN aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia.
Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas llamado Barsabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y enviaron por medio de ellos esta carta: «Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad.
Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus palabras, desconcertando vuestros ánimos, hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Os mandamos, pues, a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de todo esto. Saludos».

Salmo responsorial (Salmo 66)

OH DIOS, QUE TE ALABEN LOS PUEBLOS,
QUE TODOS LOS PUEBLOS TE ALABEN.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines de la tierra.

Segunda lectura (Apocalipsis 21,10-14.22-23)

Visión de una Iglesia santa, lúcida, perfecta. Una ciudad bien fundamentada y bien estructurada. Una ciudad iluminada por la energía del Espíritu. Es el cielo en la tierra. Nuestra Iglesia tiende a este ideal, pero no llegará a conseguirlo mientras dure la peregrinación. Habrá momentos en que se acerque más y momentos en que se aleje más; habrá personas que resplandezcan más y personas que oscurezcan más. Cada uno es responsable de iluminar o de ensombrecer a la Iglesia.

EL ángel me llevó en espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, y tenía la gloria de Dios; su resplandor era semejante a una piedra muy preciosa, como piedra de jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados que son las doce tribus de Israel.
Al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, al poniente tres puertas, y la muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero.
Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero.

Evangelio (Juan 14,23-29)

Tres grandes dimensiones que construyen la Iglesia: la Palabra, el Amor, el Espíritu Santo. La Palabra no sólo hay que escucharla, sino guardarla. Por ella se llega a la fe. El amor hay que recibirlo y comunicarlo. Por el amor la Iglesia se llena de vida. El Espíritu es el Aliento de Dios que en todo momento anima y fecunda a la Iglesia.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

Vive la Palabra

No más cargas de las indispensables

La Palabra es liberadora. Lleva la fuerza del amor. Demasiados sufrimientos tenían los pobres para que venga el Hijo de Dios a echar nuevas cargas sobre sus hombros. No, todo lo contrario: «Venid a mí los que estáis cargados y fatigados y yo os aliviaré». Muchas de esas fatigas provenían de las rigurosas y meticulosas exigencias de la Ley.
Demasiados sufrimientos tienen los pobres y los hombres de todos los tiempos para que venga la Iglesia a exigirles más. No. La Iglesia está para liberar al hombre de tantos yugos y cadenas que lo despersonalizan. La Iglesia está para transmitir la misericordia del Padre. Tiene que ser el rostro visible de Jesucristo, que es el amor de Dios hecho hombre, hecho carne.

Ora con la comunidad

Concédenos, Padre bueno,
continuar celebrando bien
estos días de alegría
en honor de Cristo resucitado;
haz que estos misterios
que estamos recordando
transformen nuestra vida
y se manifiesten en nuestras obras.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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