Aqui tienes el guión de la asamblea, por si estás en tu casa y no puedes participar en la reunión de ningún grupo. Queremos que te sientas cerca de nosotros, aunque no lo esté físicamente. La misericordia del Señor traspasa paredes y acorta distancias.
Nos disponemos
El evangelio que leemos hoy nos deja oír campanas de boda. En el Antiguo Testamento, los profetas del destierro nos presentan muchas veces a Jerusalén como la novia con la que el Señor quiere contraer matrimonio. La ciudad que fue destruida por los babilonios ha dejado de ser «Abandonada» y «Desolada», porque Dios quiere casarse con ella para llamarla «Mi preferida» y «Desposada» (ver Isaías 62,1-5). Esos desposorios, anunciados por los profetas, se han hecho realidad en Jesús, que riega su banquete de bodas con el mejor de los vinos para celebrar así que la gloria de Dios habita en medio de este mundo. Y en esa boda aparece María, intercediendo por los hombres e indicando a los discípulos el camino.
Nos preparamos diciendo juntos esta oración del papa Juan Pablo II:
Espíritu de vida, por el cual el Verbo se hizo carne
en el seno de la Virgen,
mujer del silencio y de la escucha,
haznos dóciles a las muestras de tu amor
y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos
que tú pones en el curso de la historia.
Amén.
Proclamamos la Palabra: Juan 2,1-12
1 A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. 2 Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. 3 Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino».
4 Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora» .
5 Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
6 Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. 7 Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba. 8 Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron. 9 El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo 10 y le dijo: «Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
11 Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. 12 Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
Leemos atentamente: ¿Qué dice el texto?
Tras un momento de silencio releemos atentamente el texto. Las pautas y las preguntas nos pueden ayudar a hacerlo.
El primero de los site signos de Jesús
En el relato del evangelio de Juan que hemos leído, Jesús realiza el el primero de los siete signos que ocupan la primera parte de dicho evangelio, llamada precisamente el «Libro de los signos» (Jn 2,1-12,50). Se trata de un pasaje rico en significado, cuya profundidad no se capta en una lectura superficial.
Primera parte: presentación de la escena
En el relato podemos descubrir cuatro partes. La primera de ellas (Jn 2,1-3a) nos presenta los pormenores de la escena. En Caná se celebra una boda, a la que está invitada la madre de Jesús, junto con el mismo Jesús y sus discípulos. Pero en medio del banquete se les termina el vino. Fijaos en el dato temporal que encabeza el episodio. Si miráis en la Biblia el evangelio de Juan y relacionáis ese dato temporal con lo que se dice en Jn 1,29.35.43, quizá podáis intuir su significado teológico.
Una nueva creación
Desde que Jesús aparece en escena, al principio del evangelio (Jn 1,29), hasta que se celebra esta boda en Caná han pasado siete días. A semejanza de la primera semana del cosmos, en la que Dios creó el mundo, según relata el libro del Génesis, Jesús inaugura con su actividad un tiempo nuevo, una nueva creación, marcada por otros siete días. Y este tiempo nuevo se inicia con una boda. La imagen de la boda fue usada por el Antiguo Testamento y por la tradición judía para referirse simbólicamente al Reino definitivo y a la salvación definitiva de Dios. De este modo, el evangelista subraya que con Jesús ha dado comienzo la etapa definitiva en las relaciones entre Dios y su pueblo, el cumplimiento de las aspiraciones del pueblo de Israel
Segunda parte: hablan María y Jesús
En la segunda parte del relato (Jn 2,3b-5), se nos presenta la conversación entre Jesús y María. Pero fijaos que no se la llama en ningún momento por su nombre propio. El evangelista la presenta como «la madre de Jesús», y aparece como la primera invitada a la boda, a la que también están invitados Jesús y los discípulos.
En el lenguaje de los símbolos, que tanto le gusta al cuarto evangelista, María personifica al Israel que se desposa con Dios. Es ella la que percibe el problema y reconoce la situación desgraciada del pueblo de Israel al que representa y del que forma parte. La antigua alianza de Dios con su pueblo ha llegado a un callejón sin salida. Se parece a una boda sin vino, sin alegría; es una fiesta en la que no se puede festejar. Por eso María quiere impulsar a su hijo a actuar.
Centrémonos ahora en el diálogo entre Jesús y su madre, entre Dios y el pueblo de Israel.
María presentada como «mujer», es símbolo del pueblo-esposa de Dios
María aparece dos veces en el evangelio de Juan: en las bodas de Caná y al pie de la cruz. Y en ambas ocasiones Jesús la llama «mujer» y no «madre». Podría parecer una falta de respeto, pero no es así. La importancia que Juan concede a María se basa en el papel que desempeña en la historia de la salvación. Este modo de tratar a su madre indica que él es obediente a la voluntad del Padre y que los lazos con Dios son más fuertes que los de la sangre. Jesús, el único capaz de desencadenar estos desposorios entre Dios y su pueblo, no quiere actuar ante la petición de su madre, porque aún no ha llegado su hora; la hora llegará en el momento de su muerte en la cruz, donde se realiza la plena glorificación de Jesús. Solo en el momento de la cruz se desvelará el sentido pleno de este primer signo.
Tercera parte: el agua convertida en vino
Ahora fijémonos en un detalle de la tercera parte (Jn 2,6-10).
Mientras que el evangelista no se preocupa de facilitarnos detalles que desearíamos conocer (por ejemplo, la identidad de los novios), se detiene en aportar muchos pormenores sobre las tinajas donde Jesús manda echar el agua: su número, el material del que están hechas, su utilización para el culto, su contenido…, con lo que queda más que claro su carácter simbólico. El agua de aquellas tinajas se usaba para las purificaciones, para pedir perdón por los pecados, que aparecen dibujados, por la cantidad de agua, como muy abundantes. Las tinajas llenas de agua simbolizan el culto israelita que ya no sirve para canalizar las relaciones entre Dios y la humanidad, como tampoco el agua es capaz de alegrar una fiesta de bodas. Hace falta que Jesús aporte el vino de la Nueva Alianza, que es ponderado por el maestresala: «Has guardado el vino bueno hasta ahora». Dios ha guardado el vino mejor para el final de la historia de la salvación. Su Hijo único es el encargado de descorcharlo.
Cuarta parte: conclusión
La conversión del agua en vino es el primer signo que realizó Jesús, y con él «manifestó su gloria». Los signos del cuarto evangelio son como flechas indicadoras que apuntan hacia Jesús y ayudan a fortalecer la fe en él. Revelan el misterio que se esconde en su persona y la salvación que él trae: se trata de los últimos tiempos, los de las bodas de Dios con su pueblo, los de la salvación definitiva, los del vino de la alegría y de la máxima calidad, porque Jesús, que desencadena todo esto, es el Mesías (Jn 1,19-51). Esto debe conducir a que sus discípulos crean. Sólo la fe será capaz, también en nuestro caso, de reconocer hoy la gloria del Hijo.
Meditamos: ¿Qué me dice a mí (a nosotros) el texto?
Jesús desencadena con su presencia y su Palabra la alianza definitiva de Dios con su pueblo. A esas bodas estamos también nosotros invitados, y podemos saborear el vino de la alegría.
Oramos: ¿Qué le decimos a Dios inspirados por este texto?
Pedimos en un momento de silencio a María, la madre de Jesús y madre nuestra, que su Hijo siga siendo la alegría de nuestras vidas. Nosotros estamos dispuestos a «hacer lo que él diga». Solo así podremos percibir que estamos en el tiempo nuevo, en el tiempo definitivo, en el tiempo de la misericordia y de la alegría.
Luego cantamos o rezamos juntos:
Salve inmaculada y pura
Reina del Cielo y la Tierra,
Madre de misericordia,
Virgen santa de Zocueca;
vida y dulzura en quién vive
toda la esperanza nuestra.
Dios te salve, a ti llamamos
desterrados hijos de Eva;
a ti, amparo, suspiramos,
gimiendo y llorando penas
en este tan triste valle
de lágrimas y miserias.
Ea, pues, dulce Señora,
Madre y abogada nuestra.
Te rogamos que tus ojos
a nosotros siempre vuelvas
y después de este destierro,
cuando la muerte nos venga,
nos muestres a Jesucristo,
de tu vientre hermosa perla.
¡Oh clementísima Aurora!
¡Oh piadosísima Reina!
¡Oh Madre llena de gracia!
Por nosotros a Dios ruega
para que seamos dignos
de alcanzar la gloria eterna.
Nos comprometemos: ¿Qué me pide (nos pide) Dios que haga (hagamos)?
Buscamos un compromiso de grupo para realizar durante esta semana. Una acción que sea concreta y que en la próxima reunión podamos evaluar si hemos cumplido o no. Puede ser alguna acción que tenga que ver con transmitir la alegría del evangelio a los demás, un alegría generosa y estupenda, como el vino del relato de Juan.