Queridos fieles diocesanos:
1. ¡Qué bonita es la amistad! Hasta Jesús, a sus colaboradores muy cercanos, los Apóstoles, les llamó “amigos”. Y, por eso, con ellos compartió los más íntimos asuntos y les desveló los proyectos más trascendentales.
Adiós, amigos. Con vosotros he compartido en estos años, casi once, la tarea de acompañar a los cristianos de estas queridas tierras y convivir feliz con todos. He tenido tiempo para visitar todas las parroquias, colegios, asociaciones, residencias… juntos hemos orado y hemos planificado la acción pastoral, juntos hemos gozado de las fiestas y en tantas celebraciones, juntos hemos llorado, desde el corazón, las desgracias y la muerte de seres queridos.
2. El servidor del Evangelio sabe, desde el principio de su misión sin embargo, que no tiene lugar permanente. Siempre está dispuesto para acudir a dónde pueda hacer el bien. Su meta es desgranar sus días siguiendo la estela que le marque el Señor.
También sabe que llegará un momento en que las fuerzas no le van a acompañar. Que llega el tiempo de apartarse del trabajo e ir al descanso, o aceptar tareas más acordes con la edad avanzada.
No obstante, toda nuestra vida es del Señor. Como lámparas encendidas queremos arder e iluminar siempre. En un cierto momento de la historia, esta lámpara de contentará con dar luz en un pequeño rincón. Pero, siempre será luz para caminantes.
3. Mirando hacia atrás, ¡cuántas gracias debo dar al Señor! También por la compañía de quienes me ayudaron en circunstancias diversas, en los distintos momentos de mi paso por estas queridas tierras de Jaén. Sin esas ayudas, mi vida no hubiera sido nada, sólo una pequeña semilla con aspiraciones de crecer. Gracias por tantos que habéis colaborado conmigo, para que la semilla haya crecido.
Pienso en todo lo que pude hacer y no lo hice, o no lo hice bien. ¡Perdón! Pienso, así mismo, en lo que logramos juntos desde el amor y el entusiasmo. Todo fue obra de muchos y la fuerza nos llegó del Señor. Gracias a todos.
4. Pido a Dios que mire con ojos misericordiosos de Padre a este caminante que deja el relevo, que recibió de D. Santiago, en manos de otro sucesor de los Apóstoles: D. Amadeo.
Dame tu abrazo de Padre y ayúdame a seguir viviendo al lado de tu Hijo Jesucristo, hasta el final del camino. Que la Santísima Virgen de la Cabeza y San Eufrasio me ayuden a leer y seguir siempre la voz del Espíritu Santo.
Con mi saludo, más agradecido que nunca, adiós.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo Adm. Apostólico