Emaús. Pentecostés (C)

Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.

Escucha la Palabra

Primera lectura (Hechos de los Apóstoles 2,1-11)

Llega el Espíritu Santo como un viento fuerte y como un fuego transformante. Es Pentecostés cuando se cumplen las promesas y la ley antigua da paso a los dictados del Espíritu.
Los efectos de esta venida son como una nueva creación. Y lo importante es que todos, sean de la lengua que sean, empiezan a entenderse. Esto suponía el fin del ciclo de Babel. De ahora en adelante prevalecerá la palabra.

AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

Salmo responsorial (Salmo 103)

ENVÍA TU ESPÍRITU, SEÑOR, Y REPUEBLA LA FAZ DE LA TIERRA.

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.
Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Segunda lectura (1 Corintios 12,3b-7.12-13)

Admiramos la policromía del Espíritu, tan rica, tan variada, tan hermosa. ¡Oh, la belleza de Dios! Pero admiramos también la sinfonía y la sintonía de todas las teselas que componen el gran mosaico de la creación y la recreación.
El Espíritu es múltiple y multiforme, no se repite, pero es también principio de unidad. Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. Todos, hombres y mujeres, judíos y griegos, blancos y negros, intelectuales y sencillos, todos bebemos de un solo Espíritu.

HERMANOS: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Evangelio (Lucas 24,46-53)

La Resurrección y Pentecostés no están separados. La Pascua de Jesucristo es también la Pascua del Espíritu. Porque ¿qué otra cosa es el Espíritu sino el Aliento de Jesús?
A través del Costado de Cristo nos llega el Espíritu: ahí está la fuente de la que bebemos el Espíritu. Puede manifestarse de una manera íntima, como nos describe San Juan, o de una manera poderosa, como la que nos pinta San Lucas, capaz de encender corazones o de remover los cimientos de la casa.

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Vive la Palabra

Aliento de Jesús y viento recio

En paralelo con el soplo creador que dio la vida a Adán, pero en distintos niveles, Cristo resucitado sopló también sobre sus discípulos: exhaló su aliento sobre ellos.
El aliento que Jesús transmite a los suyos no es una chispita del Espíritu, es el mismo Espíritu en persona: Recibid el Espíritu Santo. No reciben solamente una iluminación, una consolación, una fuerza, un don, reciben todo el Espíritu Santo, la fuente de todas las gracias y el tesoro que encierra todos los dones. No reciben una parte del Espíritu, sino todo el Espíritu.
Y no lo reciben sólo por un momento, para una misión concreta, lo reciben para siempre. El Espíritu se quedará con ellos y en ellos de manera permanente.
Si el aliento nos habla de espíritu vital, de intimidad entrañable, el viento nos convence de fuerza y libertad. El Espíritu Santo es fuerza liberadora, es energía transformante, es valentía arrolladora.

  • Donde hay Espíritu no hay miedo.
  • Donde hay Espíritu hay libertad.
  • Donde hay Espíritu hay fortaleza y paciencia.
  • Donde hay Espíritu hay generosidad.
  • Donde hay Espíritu hay amor.

Ora con la comunidad

Padre Dios,
que por el misterio de Pentecostés
santificas a tu iglesia,
extendida por todas las naciones;
derrama los dones de tu Espíritu
sobre todos los pueblos de la tierra
y realiza hoy en nosotros
las mismas maravillas que obraste
en los comienzos de la predicación del Evangelio.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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