Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.
Escucha la Palabra
Primera lectura (2 Samuel 12,7-10.13)
El ungido de Dios —David— ha respondido villanamente, ha demostrado que es un hombre frágil, de carne y hueso, menospreciando los preceptos de Dios, lesionando gravísimamente los derechos del prójimo y dando un pésimo ejemplo a su pueblo. Pero la imagen de David se restablece gracias a su arrepentimiento profundo y sincero: «He pecado contra el Señor». La misericordia sobreabunda sobre el pecado.
David respondió a Natán: «He pecado contra el Señor».
Y Natán le dijo: «También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás».
Salmo responsorial (Salmo 31)
MI CULPA Y MI PECADO.
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.
y en cuyo espíritu no hay engaño.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero.
Segunda lectura (Gálatas 2,16.19-21)
La justificación no puede venir por las obras de la Ley. Éstas no pueden influir en la justificación. Son la muerte y resurrección de Jesús las que justifican al hombre, si éste quiere hacerse partícipe de ellas.
Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley. Pues por las obras de la ley no será justificado nadie.
Pues yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. No anulo la gracia de Dios; pero si la justificación es por me- dio de la ley, Cristo habría muerto en vano.
Evangelio (Lucas 7,36-8,3)
El pecado es una de las primeras realidades humanas que se relacionan en la Biblia con el amor de Dios: El Señor es conocido como el Dios de los perdones (Neh 9,17) y el Dios de las misericordias (Dn 9,9). Uno de los elementos de la esperanza mesiánica es el perdón de los pecados.
Jesús, por ser la manifestación plena del amor del Padre, es la plena comunicación del perdón de los pecados. Los actos con los que Cristo comunica el perdón son los actos supremos de su amor. Anuncia la gran alegría del Padre al perdonar, porque en el perdón expresa su amor.
Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte».
Él contestó: «Dímelo, Maestro».
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?».
Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús: «Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».
Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Vive la Palabra
Al amor por el perdón
Nada como la experiencia del perdón nos hace experimentar el amor, porque en ella descubrimos el sentido incondicional del amor. No somos amados porque nos lo merezcamos sino porque el amor fluye sobreabundantemente de las personas que nos aman. Esto es verdad, ante todo de Dios.
Por eso en el Reino, que anuncia Jesús, se habla tanto del perdón, y se hace realidad en la vida de muchas personas. En el mundo del que habla Jesús se sigue una contabilidad muy especial, que sin duda provocaría la ruina de las instituciones bancarias. En el Reino de Jesús se perdonan con la misma facilidad unos cuantos euros o varios millones. Los ejemplos de las lecturas de hoy son bien significativos.
Ora con la comunidad
Dios Padre nuestro,
fuerza de todos los que en ti confían,
ayúdanos con tu gracia,
sin la cual nada puede nuestra humana debilidad,
para que podamos ser fieles en el seguimiento de tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.