Emaús. Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)

Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.

Escucha la Palabra

Primera lectura (2 Reyes 5,14-17)

Naamán, un extranjero curado de la lepra, quiere manifestar su agradecimiento al profeta Eliseo, pero éste le ayuda a descubrir que es a Dios a quien ha de dirigir su acción de gracias.

EN aquellos días, el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Eliseo, el hombre de Dios, Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio de su lepra.
Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando: «Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo».

Salmo responsorial (Salmo 97)

EEL SEÑOR REVELA A LAS NACIONES SU SALVACIÓN.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad.

Segunda lectura (2 Timoteo 2,8-13)

Pablo siente próxima la muerte. Pero no se abate: aguanta, y proclama que la Palabra de Dios no puede ser encadenada. Confía y transmite confianza.

QUERIDO hermano:
Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito: Pues si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

Evangelio (Lucas 17,11,19)

Solo uno de los diez curados de la lepra vuelve a dar gracias a Jesús. El resto ha preferido presentarse solamente a los sacerdotes y obtener su certificado de pureza, que les permite vivir en la comunidad. Olvidan agradecer el favor recibido. Han sido sanados, pero no han alcanzado salvación. No tienen heridas, pero siguen estando a oscuras.

UNA vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Vive la Palabra

Agradecidos y en camino

Los leprosos  se quedan a distancia. De lejos y a gritos piden compasión. Admiten en el grupo a un samaritano, a un «enemigo»: el dolor los hermana.  Jesús está cerca de quien lo busca y lo necesita. Todos imaginamos que el encuentro con Jesús será beneficioso para ellos. Encontrarse con Jesús es siempre punto de partida, estímulo de esperanza.
Nueve leprosos fueron al templo para que certificaran su curación. Pero el décimo no necesita que nadie la certifique. Ve que está curado, interioriza su curación. Es una respuesta a la mirada de Jesús. Es la fe, la confianza en Jesús la que, además de curarlo físicamente, salva al samaritano. Jesús señala con frecuencia la pobreza espiritual de los miembros del «pueblo elegido»  que no demuestran ni fe ni gratitud, mientras los samaritanos, personas excluidas del pueblo y del culto a Dios, lo aceptan.
¿Somos agradecidos a Dios y a quienes nos rodean? ¿Nos resulta más fácil la oración de petición que la de alabanza y acción de gracias? ¿Nos limitamos a pedir o también a admirar, contemplar y agradecer?
Jesús no dice: «Yo te he salvado», sino «Tu fe te ha salvado». La fe, que ve y agradece, hace posible la salvación integral. Las palabras de Jesús son una invitación al seguimiento. Como el samaritano, debemos «levantarnos y andar», actuar de acuerdo al amor gratuito recibido, dando gratis lo que recibimos gratis.

¿Eres agradecido? ¿Alabas, bendices, felicitas… a Dios y a las personas? ¿Cuánta gratuidad hay en tus acciones de cada día? Jesús manda al leproso levantarse y caminar. Tú, que has sido también sanado por Jesús, te has tomado en serio el camino del seguimiento?

Ora con la comunidad

Señor Jesús,
tú que nos curas continuamente
de las lepras del pecado,
del egoísmo y de la violencia,
únenos por tu Espíritu
y haz de nosotros un pueblo
que cante las alabanzas del Dios de la vida.
Tú vives y reinas con el Padre
en la unidad del Espíritu Santo
y eres Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

Compartir:

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.