Emaús. Bautismo del Señor (A)

Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.

Escucha la Palabra

Primera lectura (Isaías 42,1-4.6-7)

La figura del Siervo es teología o profecía sobre el sufrimiento del Mesías. Es opción por el servicio entregado, a la vez respetuoso y firme, tolerante y exigente, paciente y liberador. La misión del Siervo es revolucionaria: implantar el derecho en la tierra, defender la justicia, curar a los ciegos, redimir a los cautivos, iluminar al mundo.

Esto dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará,  hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».

Salmo responsorial (Salmo 28)

EL SEÑOR BENDICE A SU PUEBLO CON LA PAZ.

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.
La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica.
El Dios de la gloria ha tronado.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!»
El Señor se sienta sobre las aguas del diluvio,
el Señor se sienta como rey eterno.

Segunda lectura (Hechos 10,34-38)

Pedro, forzado e iluminado por el Espíritu, bautizó a Cornelio y a su familia. Aprendió que el Evangelio está abierto a todos, que su llamada es universal. Presentó a Jesús como el Siervo y el Ungido por el Espíritu, el que hacía el bien, combatiendo el mal.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».

Evangelio (Mateo 3,13-17)

El bautismo de Jesús marcó su vida. Fue Juan quien lo presentó en público y lo lanzó a la tarea. Pero no, fue el Espíritu quien lo ungió y lo dirigió para que empezara a predicar el Reino.

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere.» Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: «Este es mi hijo, el amado, mi predilecto.»

Vive la Palabra

Este es mi Hijo

Al ver a Jesús en el agua, sintió un estremecimiento: no entendía nada. Se le cortó la voz, temblaba, y quería arrodillarse en el agua. Empatizaba con Jesús, sospechaba que era el Santo de Dios. No entendía por qué Jesús quería bautizarse. Después de meditar mucho la palabra de Jesús: «Cumplamos todo lo que Dios quiere», fue comprendiendo. El Espíritu Santo, al que él vio descender sobre Jesús como una paloma, le iluminó. Jesús no se bautizaba por sus pecados, sino por los pecados del mundo. Por eso dirá de él; «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).
Jesús entra en el río para limpiar al hombre de todo pecado, sepultándolo en las aguas abismales. Es el significado del bautismo de penitencia que predicaba Juan. «Tú arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados» (Mq 7,19).
Sólo que el bautismo de Jesús no será con agua, sino con su propia sangre. «¿Podéis ser bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» (Mc 10,38).
Cuando Jesús salió del agua se anticipa la Pascua. Todo será renovado. Al salir Jesús del agua es como si saliera del sepulcro: se abre el cielo, desciende el Espíritu, se escucha la voz del Padre y Jesús se siente en comunión plena con el Padre y con el Espíritu. Fue en verdad bautizado en Espíritu y en fuego.
Se abrió el cielo. Parece que llevaba mucho tiempo cerrado. La verdad es que desde que se encarnó el Hijo de Dios, el cielo estaba siempre abierto, el cielo y la tierra se unieron para siempre.
El Espíritu de Dios bajaba y se posaba sobre él. Bajaba como paloma, es una manera de hablar, como paz, como óleo de alegría, como energía liberadora y curativa, como fuerza de amor. Fue una experiencia intensa del Espíritu que marcó a Jesús, si así podemos hablar, definitivamente.
Éste es mi Hijo. El Padre presenta a su Hijo. Es lo que más quiero, es mi otro Yo. Estaba conmigo y os lo entrego, pero yo estaré siempre con él, porque es mi Vida, es mi Amor. Os lo entrego como luz y como gracia, como amigo y liberador; tiene como misión dar buena noticia al pobre y salvar a los que sufren; quiere haceros partícipes de la divinidad, para que así seáis también hijos míos queridos.
La respuesta de Jesús no podía ser otra que la de: Abba, Padre. Gracias, Padre. Aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad (ver Hb 10, 7). Y enseguida empezará a llevar a cabo la misión encomendada por el Espíritu: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido; me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia…» (Lc 4,18).
Jesús fue enviado por el Padre, ungido por el Espíritu, para salvar al hombre. ¿Cómo tendrá que realizar esta misión? Jesús, después de la reflexión y de la crisis del desierto, verá claro que no ha venido como triunfador, sino como servidor. «No he venido a ser servido, sino a servir», repetirá. Estoy entre vosotros como el que sirve (ver Mc 10,45; Lc 22,27).

Ora con la comunidad

Dios de misericordia infinita,
que en el bautismo de Cristo en el Jordán
quisiste revelar solemnemente
que él era tu Hijo amado
enviándole el Espíritu Santo:
concede a tus hijos de adopción,
renacidos del agua y del Espíritu,
perseverar siempre en tu benevolencia.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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