Emaús. Epifanía del Señor

Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.

Escucha la Palabra

Primera lectura (Isaías 60,1-6)

Epifanía es fiesta de la manifestación de Dios, brillante y victoriosa. El profeta se refiere a la vuelta del destierro, y pinta a Jerusalén exaltada, iluminada, llena de hijos y de riquezas, ensanchada, radiante de alegría. De todas partes vendrán a ofrecer dones y respetos. Nosotros referimos este texto a Jesús, la luz que ilumina a Jerusalén y a todos los pueblos, la estrella que guía a los Magos hasta el portal y que se nos manifiesta también a nosotros.

¡Levántate y resplandece, Jerusalén,  porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira:  todos ésos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti,  y a ti llegan las riquezas de los pueblos. Te cubrirá una multitud de camellos,  dromedarios de Madián y de Efá. Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.

Salmo responsorial (Salmo 71)

SE POSTRARÁN ANTE TI, SEÑOR, TODOS LOS REYES DE LA TIERRA.

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo.
Los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
póstrense ante él todos los reyes,
y sírvanle todos los pueblos.
Él librará al pobre que clamaba,
ala afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.

Segunda lectura (Efesios 3,2-3a.5-6)

Pablo se siente llamado a predicar la universalidad de la salvación. Queda por fin superada la visión estrecha y orgullosa del nacionalismo espiritual judío. Dios ama a todos los pueblos. Cristo ha venido a ofrecer su gracia salvadora a todas las gentes. Las promesas del Reino no conocen fronteras.

Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Evangelio (Mateo 2,1-12)

Este evangelio de Mateo es una prueba de la universalidad de la salvación. Los Magos fueron los primeros gentiles que fueron iluminados por la estrella de la Epifanía. Fiesta misionera. Dios quiere salvar a todos los pueblos, por eso necesitamos nuevas estrellas, y necesitamos misioneros que ayuden a descubrirlas.

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:  «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías. Ellos le contestaron:  «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

Vive la Palabra

Una manifestación que tiene exigencias

Celebramos la manifestación de Dios a los hombres. Es importante que Dios quiera manifestarse a los hombres. Hoy nos interrogamos mucho sobre la realidad y aún la posibilidad de esta manifestación. Nos preguntamos muchas veces por qué no se manifiesta Dios, por qué no nos escucha Dios, ¿dónde está o dónde estaba Dios?
Pero Dios se ha manifestado y se sigue manifestando. Se necesita una cosa: limpieza de corazón. Dios es luz, ¿cómo puedes verlo si tienes los ojos nublados? Dios es paz, ¿cómo puedes sentirlo si la violencia te esclaviza? Dios es amor, ¿cómo puedes experimentarlo si tienes tu corazón seco?
Para poder ver a Dios necesitas, en primer lugar, desearlo. Pero no un deseo caprichoso, sino apasionado. «Como busca la cierva corrientes de agua» (Sal 41,2). Un deseo como el de Moisés, como el de Simeón, como el de los Magos, como el de la samaritana. Hay que tener pasión por Dios. Hay que centrar todos los deseos en el deseo de Dios. Un deseo así ya supone un encuentro con él. Si no vemos a Dios es porque no lo deseamos, o lo deseamos a él juntamente con otras cosas. ¿Quién desea de verdad ver a Dios? Sabemos que encontrarse con él es «peligroso».
Para ver a Dios necesitamos pedirlo. La experiencia de Dios está por encima de nuestras posibilidades. Es don. Por eso agradecemos la gracia de sus epifanías. Si se nos ofreciera sin desearlas ni pedirlas, no las valoraríamos. Y hay que vestirse de humildad. ¿Quién soy yo para que pueda ver a mi Señor?
Para ver a Dios necesitamos esperarlo. Sabemos que Dios se hace de rogar y que llega cuando se está ya perdiendo la esperanza. Necesitamos mucha esperanza y mucha paciencia. Si lo consiguiéramos enseguida, la experiencia sería barata.
Para ver a Dios, en resumen, se necesita amarlo. De esta raíz brotan estas consecuencias, la del deseo, la de la oración, la de la espera. Cuando el amor es grande buscarás a Dios con toda tu alma, como Magdalena, como Juan, como Pablo, como la novia del Cantar de los cantares.

Ora con la comunidad

Padre Dios,
tú que en este día revelaste a tu Hijo
a todos los pueblos de la tierra,
por medio de una estrella;
concédenos a los que ya lo conocemos por la fe
poder contemplar un día cara a cara,
la hermosura infinita de su gloria.
Él vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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