Emaús. Domingo II del Tiempo Ordinario (A)

Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.

Escucha la Palabra

Primera lectura (Isaías 49,3.5-6)

Este domingo es como un eco de la fiesta del Bautismo de Jesús. Se amplía en esta primera lectura la reflexión sobre el Siervo de Dios. Este Siervo siente que toda la fuerza le viene de Dios. No sólo está llamado a ser restaurador de Israel, sino a ser la luz de todas las gentes, el Salvador del mundo.

ME dijo el Señor: «Tu eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo,  para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza: «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Salmo responsorial (Salmo 39)

AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD.

Yo esperaba con ansia al Señor;
él se inclinó y escuchó mi grito;
me puso en la boca un cántico nuevo,
un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios,
entonces yo digo: «Aquí estoy.»
Como está escrito en mi libro:
«Para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu justicia
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes.

Segunda lectura (1Corintios 1,1-3)

Durante unos cuantos domingos leeremos la primera carta de Pablo a los Corintios.
Urgía en la iglesia de Corinto una llamada a la unidad y a la humildad. Pablo presenta sus títulos. Humanamente no es nada, pero es, aunque no figure entre los doce, un apóstol de Jesucristo, no por decisión propia, sino por voluntad de Dios; llegará a ser, no un apóstol, sino el apóstol, pero también se considera siervo de Jesús (ver Rm 1,1). La iglesia de Corinto es pueblo consagrado, escogido, santo; pero este pueblo no se agota en una ciudad, sino que se halla en cualquier lugar.

PABLO, llamado a ser apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados por Jesucristo, llamados santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: a vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Evangelio (Juan 1,29-34)

El evangelio de Juan recoge el testimonio del Bautista sobre Jesús. «Yo no lo conocía», dice, pero lo presentía. Alguien «me envió a bautizar» para prepararle el camino. Esta es mi misión. Y me dio un signo, la paloma: el Mesías será aquél  que esté lleno del Espíritu. Y yo lo he visto.

EN aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Vive la Palabra

La señal del Espíritu

La señal que le dio Dios a Juan para conocer al Mesías no fue otra que el Espíritu. No se recurre a signos espectaculares, sino a algo más vivo y más intimo. Lo había anunciado Isaías: «Reposará sobre él el espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría…» (11,2). Y Juan pudo ver al Espíritu, como paloma que se posaba sobre él.
Jesús y el Espíritu están compenetrados. Jesús es el hombre del Espíritu y el Espíritu es el Dios de Jesús. Jesús, ungido y empapado en el Espíritu, no hará nada sino desde él; y él vivirá para Jesús.
También hoy, para reconocer a Jesús, sea en las personas, en las misiones, en las instituciones, para reconocer si son cristianas, tenemos que atender al Espíritu que les mueve. ¿Llevan la marca del Espíritu?
La marca del Espíritu es muy variada, según los dones y carismas. Pero siempre ha de brillar con fuerza y por encima de todo el amor, porque el Espíritu es el Amor de Dios derramado en nuestros corazones. Si lo que aparece son otras cosas, como intereses, riqueza, poder, influencias, cantidad, autoridad… no son del Mesías.
Y el Espíritu es paloma, no halcón. Es viento recio, pero liberador. Es fuego, pero de amor. Es brisa, de sencillez y ternura. Es óleo de alegría y consuelo. Es aceite curativo. Es fuente de agua viva. Es libertad sin límites. Es la omnipotente misericordia de Dios.

Juan afirma que «no conocía» al Cristo, pero que «lo ha visto y da testimonio» de él. Pregúntate tú:

¿Reconoces a Cristo en el hermano que se te acerca, en el que te acompaña, en el que sufre o está solo? Quizá tengas que decir: era Cristo y yo no lo conocía.

¿Reconoces a Cristo en una experiencia dolorosa o humillante? Quizá lo reconozcas cuando veas sus frutos.

¿Reconocemos a Cristo en la familia, en la comunidad, en la colaboración, en la amistad? Seguro que allí estaba Cristo y no llegaste a descubrirlo hasta el tercer día.

¿Reconoces a Cristo en las cosas sencillas de cada día: un servicio, una palabra, un ejemplo, una dificultad, una oración…? ¡Cristo en todas las cosas!

Ora con la comunidad

Padre Dios, que en Cristo, Cordero pascual y luz de las gentes,
llamas a todos los hombres a formar parte
del pueblo de la Nueva Alianza,
confirma en nosotros la gracia del bautismo
con la fuerza de tu Espíritu,
para que nuestra vida proclame el gozoso anuncio del Evangelio.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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