OH RENUEVO
del tronco de Jesé,
que te alzas como un signo por los pueblos,
ante quien los reyes enmudecen
y cuyo auxilio imploran las naciones,
ven a librarnos, no tardes más
Qué milagro ver las flores y las espigas en cada primavera! ¡Qué milagro que los árboles se carguen de fruto cada año! ¡Qué milagro cada renuevo y cada retoño, cada niño y cada cría! ¡Qué milagro la vida!
Pero si nace un retoño de un tronco viejo ¿qué podemos decir? Eso ya supera las fuerzas de la naturaleza, hay que admirar y alabar. Como lo hizo Abraham, cuando en su ancianidad engendró al hijo de las promesas. Como David, a quien se le prometió una descendencia gloriosa interminable.
Del viejo tronco de Isaí, padre del rey David, brota un Renuevo lleno de gracia y de espíritu. «Reposará sobre él el espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11, 2).
Será un líder maravilloso, revestido de justicia y misericordia. Será como un signo favorable para los pueblos, como un arco iris, como un buen horóscopo, anuncio cierto de salvación. Tiene en sus manos el secreto de la ciencia y de la paz. Todos los príncipes y sus consejeros, todos los sabios e investigadores, quedarán pasmados ante él.
Todas «las gentes lo buscarán» (Is 11,10) y todas las naciones solicitarán su visita. Será la admiración del mundo y tendrá millones de «fans» por todas partes.
Y es verdad. Todo el mundo está como esperando un gran Salvador, un líder ideal, que llene de ánimo y de esperanzas. La gente está necesitada de ilusión y de esperanzas. Sufrimos desencanto tras desencanto, decepción tras decepción. Se prometen cosas, y todo queda en palabras y buenas voluntades. Se habla de cambio, para que todo siga igual. Lo que hoy más necesitamos es una esperanza nueva. Necesitamos organizaciones nuevas y políticos nuevos. Necesitamos un hombre divino, pero que sea de nuestra raíz y nuestra raza, que brote de nuestro árbol.