Misa del día 20 de julio

El 20 de julio, a las 11.00 horas, en la iglesia de la Encarnación se celebró la eucaristía con la presencia de autoridades militares y civiles, clero bailenense y del arciprestazgo y un gran número de fieles de la ciudad. Aquí tienes las lecturas bíblicas y la homilía de la celebración.

Primera lectura (Sofonías 3,14-18a)

El profeta llama a la alegría por la salvación de Dios.

REGOCÍJATE, hija de Sión; grita de júbilo, Israel;
alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén.
El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.
El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.
Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión,
no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.
Él se goza y se complace en ti,
te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.»

Salmo responsorial (Isaías 12)

QUÉ GRANDE ES EN MEDIO DE TI EL SANTO DE ISRAEL.

El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
«Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»

Segunda lectura (Gálatas 4,4-7)

Por el Hijo de María ¡somos hijos de Dios!

HERMANOS:
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba! Padre.» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Evangelio (Lucas 10,38-42)

Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. El cántico revolucionario de la Madre de Jesús.

EN aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

La homilía

Pienso en estos últimos días en los que disfruto de nuestras fiestas, valoro lo mucho que han significado y significan para nuestra historia lo que en ellas recordamos, en el sentido de cada uno de los actos y de las experiencias que a lo largo de los últimos días hemos venido compartiendo, que muy lejos de ensalzar contiendas bélicas, son un canto, una alabanza, una invitación a la vida, a la unidad, a la paz, a la libertad, a la seguridad y a la esperanza.  Son una mirada, que levantada hacia el fututo, nos dice que un mundo mejor es posible y que solo fomentando intensamente y viviendo estas virtudes que antes indicaba podremos conseguirlo. Bailén, a lo largo de la historia, ha sabido recordar esta gesta y celebrar en ella sus fiestas mayores y finalizarla agradecer la constante intercesión de quien es madre, modelo, consuelo y esperanza nuestra ante su Hijo Jesús, el pequeño Niño que ella porta en su regazo.

Es por eso, que en esta mañana de 20 de julio, que en Bailén tiene nombre de mujer y se llama Zocueca y nos reunimos para dar gracias a Dios los hermanos sacerdotes, las autoridades civiles y militares, nuestros soldaos, la Real Cofradía de la Santísima Virgen de Zocueca, y representantes de la Unión Local, nuestro coro parroquial y todos los que sabiéndonos hijos de Dios nos ponemos al amparo de la Madre de Bailén, nuestra Virgen de Zocueca. Para que al contemplarla aprendamos, como ella, a seguir el ejemplo de amor y entrega de su Hijo.

¿Quién soy yo, para que me visite la madre de mi Señor? Esta es la expresión jubilosa llena de admiración que pronuncia Isabel, al sentir al Señor cerca de ella, al escuchar el saludo de la Virgen. María no se queda quieta, lo que recibe, lo pone al servicio, recibe para dar, ama, ama, ama. Ama a Dios en alabanza, ama al prójimo en espíritu de servicio. Amor y servicio, dos palabras que definen la misión de los mejores invitados de nuestras fiestas, nuestros soldados. Y dos palabras que al resonar en nuestros oídos esta mañana tienen mucho que decirnos, si hay amor de Dios en nosotros, no podemos quedarnos quietos en nuestras comodidades, en nuestras seguridades, amar es pasar un poco por la inseguridad, por el riesgo, por su puesto se requiere prudencia y sensatez, pero el riesgo de salir de “mi seguridad” la que tengo en Nazaret y buscar el camino de la montaña, ese riesgo lo corrió María, si en nosotros no hay movimiento, seguramente está debilitado el amor, pero ¿De dónde nace el gesto de María de ir a su pariente Isabel? De una palabra del ángel de Dios: “Tu pariente Isabel ha concebido un hijo a pesar de su vejez”…. María sabe escuchar a Dios. No es un simple “oír” superficial, sino es “la escucha”, un acto de atención, de acogida, de disponibilidad hacia Dios. No es el modo distraído con el cual nosotros nos ponemos delante del Señor o ante los otros: oímos las palabras, pero no escuchamos realmente. María está atenta a Dios, escucha a Dios.

Y escucha también los hechos, es decir lee los acontecimientos de su vida, está atenta a la realidad concreta y no se queda en lo superficial, ella va a lo profundo, para encontrar el verdadero significado.

Esto también vale en nuestra vida: escucha de Dios que nos habla, y también escucha de la realidad cotidiana, atención a las personas, a los hechos, porque el Señor está en la puerta de nuestra vida y nos llama de muchos modos, pone señales en nuestro camino; en nosotros está la capacidad de verlos. María es la madre de la escucha, escucha atenta de Dios y escucha también atenta de los acontecimientos de la vida.

Pero para eso será necesario imitar su actitud, María no vive “de prisa”, con preocupación, sino, como subraya san Lucas, ” María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”. Y también en el momento decisivo de la anunciación del ángel, Ella pregunta: “¿Cómo será esto?”. Pero no se detiene ni siquiera en el momento de la reflexión; Ella da un paso adelante: decide. No vive corriendo, agobiada, sino, sólo cuando es verdaderamente necesario, “sale presurosa”. Y esto comienza en la elección fundamental que cambiará su vida: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi, según tu palabra”. En la vida es difícil, a veces, tomar decisiones, a menudo tendemos a dejarlas para otro momento o a dejar que otros decidan en nuestro lugar, a menudo preferimos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, seguir la moda del momento; a veces sabemos lo que tenemos que hacer, pero no tenemos el valor o la fuerza necesaria, o nos parece demasiado difícil porque conlleva ir contracorriente.

María se puso en camino. No se detuvo ante de nada. En la oración, delante de Dios que habla, en reflexionar y meditar sobre los hechos de su vida, María no tiene prisa, no se deja llevar por la presión el momento, no se deja arrastrar por los acontecimientos. Pero cuando tiene claro que le pide Dios, lo hace, no tarda, va “a prisa”. Muchas veces, también nosotros nos paramos a escuchar, a reflexionar sobre lo que deberíamos hacer, y aunque tenemos clara la decisión que debemos tomar, no pasamos a la acción. Y sobre todo no nos ponemos en juego a nosotros mismos andando “presurosos” hacia los otros para llevarles nuestra ayuda, nuestra comprensión, nuestra caridad; para también llevar nosotros como María, lo mejor que tenemos y que hemos recibido, Jesús, su vida y su Palabra, con la palabra y sobre todo con el testimonio concreto de nuestro actuar.

María de Zocueca, abre nuestros oídos; haz que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las mil palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, cada persona que encontramos, especialmente aquella que es débil, pobre, necesitada, en dificultad. 
María de Zocueca, ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús, sin titubeos; danos el valor de la decisión, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.
María de Zocueca, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan “sin tardar” hacia los otros, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar en los brazos, como tú, al que es la luz, la alegría, la esperanza y la paz. Amén”.

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