Misa de Campaña del 19 de julio

El 19 de julio, a las 7.00 horas, tuvo lugar la misa de campaña en la plaza del General Castaños, en sufragio por los caídos en la batalla de Bailén. Aquí tienes las lecturas bíblicas y la homilía de la celebración.

Primera lectura (2 Macabeos 12,43-46)

Judas Macabeo, líder Israel, manda hacer oración y sacrifico por los caídos en combate.

EN aquellos días, Judas, jefe de Israel, recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación.
Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa.
Por eso, hizo una expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado.

Salmo responsorial (Salmo 24)

LOS QUE ESPERAN EN TI, SEÑOR, NO QUEDAN DEFRAUDADOS.

Recuerda, Señor,
que tu ternura y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados.
Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti.

Segunda lectura (Romanos 8,31b-35.37-39)

Pablo quiere transmitir su firme convicción de que el amor de Dios, que hemos recibido a través de Cristo, es más fuerte que cualquier contratiempo, más fuerte incluso que la misma muerte.

HERMANOS:
Si Dios esta con nosotros, ¿quien estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con el? ¿Quien acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quien condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aun, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?
¿Quien podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Evangelio (Lucas 10,38-42)

El relato de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesús. Un relato que se hace actual en cada fiel.

ERA ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»
Y, dicho esto, expiró.
Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que hablan preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: «¿Por que buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado.»

La homilía

Queridos hermanos en el ministerio sacerdotal.
Sr. Alcalde y corporación municipal.
Autoridades civiles y militares.
Miembros del ejército.
Bailenenses y visitantes.
Hermanos todos, reunidos al amanecer de este 19 de julio de la celebración del 208 aniversario de la Batalla de Bailén.

En el siglo segundo antes de Cristo, —lo hemos escuchado en la primera lectura—, Judas Macabeo, jefe de Israel, mandó ofrecer oraciones y sacrificios por los caídos en el combate. El autor del libro comenta que aquello lo hizo «obrando con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Porque si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos». Y califica aquella iniciativa del líder judío como «piadosa y santa».

Hoy nosotros, después de 22 siglos hacemos algo parecido. Nos hemos reunido aquí esta mañana, como tantas otras veces han hecho nuestros antepasados, para dar gracias por quienes nos precedieron y entregaron la vida por nosotros y por defender lo nuestro, y para rezar por ellos, porque creemos en el «magnífico premio» que es la resurrección de los muertos.

«Los que esperan en ti, Señor, no quedan defraudados», hemos repetido con el salmista. Y hacemos también nuestra la firme convicción que Pablo ha expresado en el fragmento de la carta a los Romanos. Podemos vencer fácilmente la aflicción, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada… por Aquel que nos ha amado. Cristo, que nos amó hasta el extremo, nos enseñó a amar a los nuestros y a amar lo nuestro, y a pasar por encima de cualquier dificultad y contratiempo. Nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. Y nada podrá apartarnos del amor de los nuestros. Tampoco la muerte. En Cristo la muerte ha sido vencida; y justo en su fracaso ha echado raíz la victoria. En todas la muertes valerosas, en todas las existencias entregadas por amor, en servicio a los congéneres… en todas arraiga la resurrección, en todas florece la vida. Vida honesta y digna para los que son salvados por el sacrificio, y Vida eterna y plena para los que se han sacrificado con el propósito de librar a los suyos de la barbarie, de la sinrazón y de la opresión.

Hoy hacemos memoria de quienes dieron la vida cumpliendo su deber y defendiendo a su pueblo. Y también de todos los hombres y mujeres reconocidos o anónimos que a lo largo de los siglos hicieron posible que la historia de Bailén sea una historia que pueda ser contada con satisfacción y con orgullo. El recuerdo de nuestros difuntos es, sin duda, siempre doloroso, porque hay mucha gente valiosa y valerosa que ya no está. Pero ese recuerdo es también siempre, para los cristianos, esperanzado y motivo de celebración.

El evangelio se hace, como siempre, actual. Y así, igual que José de Arimatea rindió homenaje al cadáver de Jesús descolgado de la cruz, expresamos nosotros también nuestro respeto a los que se nos fueron. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» fue la pregunta que se les hizo a las discípulas de Jesús que venían al sepulcro buscando su cadáver para honrarlo. Y también a nosotros se nos dice hoy: No los busquéis entre los muertos. Han resucitado. Están vivos porque murieron para dar vida. Amén.

 

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