Emaús. Domingo V del Tiempo Ordinario (A)

Emaús era una aldea cercana a Jerusalén en la que dos discípulos tuvieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado al meditar las Escrituras y al partir el Pan (Lucas 24,13-35). Es la misma experiencia que nosotros queremos tener en cada una de nuestras reuniones dominicales. Emaús es una hoja impresa que usamos en las celebraciones dominicales y festivas en nuestras tres parroquias. Aquí la tienes también accesible para ti, si no puedes, por algún motivo, acudir a la iglesia.

Escucha la Palabra

Primera lectura (Isaías 58,7-10)

La vida religiosa, la que nos «religa» a Dios, no es la del culto, sino la de la compasión. El alma de toda religión es la misericordia. Dios prefiere la limosna al ayuno, la hospitalidad a la clausura, la justicia y la solidaridad al sacrificio. Toda oración, rito o mortificación que no lleven la marca del amor misericordioso no acercan, sino que alejan de Dios.

EESTO dice el Señor: «Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: “Aquí estoy”. Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía».

Salmo responsorial (Salmo 111)

EL JUSTO BRILLA EN LAS TINIEBLAS COMO UNA LUZ.

En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos,
porque jamás vacilará.
El recuerdo del justo será perpetuo.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad dura por siempre,
y alzará la frente con dignidad.

Segunda lectura (1Corintios 2,1-5)

Con temor y temblor predica Pablo a Jesucristo. El que evangeliza no se apoya en cualidades o recursos humanos. Ningún evangelizador puede «acostumbrarse» a predicar. Si uno se cree ya capaz, se considera buen orador, con mucho talento y no «tiembla» al pronunciar la Palabra de Dios, el fruto que consiga puede no venir del Espíritu Santo.

YO mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado. También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Evangelio (Mateo 5,13-16)

Después de las bienaventuranzas, escuchamos otras enseñanzas del sermón del monte. Jesús quiere que sus discípulos sean la sal de la tierra y la luz del mundo. Dos metáforas muy comentadas y popularizadas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

Vive la Palabra

La sal de la tierra

Sois la sal de la tierra. Es una de las cosas más bonitas que se pueden decir a una persona o un colectivo. Eres la sal, eres la alegría, eres el buen gusto, eres la limpieza interior. La sal siempre fue muy valorada. De ahí viene el nombre de «salario». Cuando se le quería castigar a uno se le «negaba el pan y la sal». La sal resultaba ser un buen regalo. Solía ser imprescindible en las comidas de amistad o de trato o de alianza. Los discípulos de Cristo son la sal de la tierra. ¡Qué bonito y qué comprometedor! Están llamados a preservar de la corrupción, a dar sabor a las cosas y a la vida. Incluso en el sentido figurado de la gracia y el humor: «Que vuestra conversación sea siempre amena, con una chispa de sal» (Col 4,6).

La luz del mundo

La luz a todos nos alegra y estimula. A la luz asociamos las cosas bellas y las cosas buenas, en contraste con la oscuridad. Dios es luz, el diablo es todo tinieblas. Cristo se proclama la Luz del mundo. Era la Luz de Dios que quiso brillar en la tiniebla. Cristo es el monte iluminado, al que todos pueden mirar y dirigirse. Cristo resucitado es el Lucero del Alba, que no se extingue. Cristo ilumina al mundo con su palabra y con su vida. Su nacimiento se comparó con un Sol que nace de lo alto, con una estrella que guía a los pueblos. Desde que Cristo nació, la tierra está más iluminada y todo se ve más claro. Su Evangelio es luz poderosa para todas las generaciones. Su palabra te ilumina también a ti. Pero Cristo no sólo nos ilumina, sino que nos convierte en luz. «En tu luz nos haces ver la luz» (Sal 35,10). En tu luz nos bañamos en luz (el Bautismo se llamaba también Iluminación). En tu luz nos esponjamos en luz. En tu luz nos convertimos en luz. Lo mismo que el que bebe de Cristo se convierte en fuente, el que se deja iluminar por Cristo se convierte por lo menos en gusanito de luz, portador de luz. El cristiano está cargado de la energía del Espíritu Santo. Puede llegar a ser un poderoso foco de luz. Y la Iglesia, el conjunto de todos los iluminados, sería un gran palacio todo resplandeciente y transparente. Tenemos que iluminar, como Cristo, con la palabra y la vida, con la doctrina y el ejemplo, con la enseñanza y el testimonio, con la oración y el trabajo, con la educación y el compromiso.

Ora con la comunidad

Padre Dios,
tú que has querido hacernos luz del mundo
y sal de la tierra,
infúndenos tu Espíritu
para que cumplamos bien con nuestra misión
de ser testigos del Evangelio.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

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