Aquí tienes el guión de la asamblea, por si estás en tu casa y no puedes participar en la reunión de ningún grupo. Queremos que te sientas cerca de nosotros, aunque no lo estés físicamente. La misericordia del Señor traspasa paredes y acorta distancias.
La transfiguración. Su rostro brillaba como el sol
Nos disponemos
Al inicio de este encuentro de oración invocamos al Espíritu Santo para que abra nuestro corazón a la Palabra. Rezamos juntos:
Ven, Espíritu Santo,
ilumina nuestros ojos con tu luz
y abre nuestros corazones
a la experiencia del encuentro con Jesucristo,
el Hijo amado,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Proclamamos la Palabra: Mateo 17,1-9
1 Seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. 2 Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3 De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 4 Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
5 Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
6 Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. 7 Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis».
8 Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
9 Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Leemos atentamente: ¿Qué dice el texto?
Tras un momento de silencio releemos atentamente el texto. Las pautas y las preguntas nos pueden ayudar a hacerlo.
Una pauta primera
La escena evangélica de la transfiguración confirma la vocación de Jesús como Hijo amado de Dios e invita a los discípulos a que lo escuchen y le sigan en el camino hacia la Pascua. También los primeros discípulos vivieron su propia Cuaresma. También a ellos se les pidió acompañar al Señor en su camino hacia la Pascua, atravesando el túnel oscuro de la pasión y de la muerte. Es en ese contexto en el que hemos de leer y comprender el relato luminoso de la transfiguración de Jesús que la liturgia nos propone siempre para el segundo domingo de Cuaresma.
Entender la transfiguración desde el Éxodo
Mateo, como los demás sinópticos, sitúa el relato de la transfiguración inmediatamente después del primer anuncio de la pasión y sus consecuencias (Mt 16,21-26). Recordar esa vinculación nos ayudará a interpretar esta escena, tan enigmática a simple vista. Sabemos, además, que el evangelista se remite constantemente a las Escrituras, pues le gusta presentar la vida de Jesús como cumplimiento y superación de las promesas del Antiguo Testamento. Aunque son muchos los pasajes bíblicos que Mateo podría estar evocando al narrar la transfiguración, hay uno en el libro del Éxodo con el que muestra notables coincidencias.
Una teofanía o manifestación de Dios en Jesús
La escena de la transfiguración presenta los rasgos típicos de una «teofanía» o manifestación divina, un género literario muy abundante en la Biblia. Lo acabamos de comprobar leyendo algunos fragmentos de la «teofanía del Sinaí». También allí se habla de «el séptimo día», de «subir y bajar del monte», del «rostro luminoso», de «la nube», del «temor»… Lo sorprendente, en nuestro caso, es que es Jesús y no Dios quien manifiesta su gloria. La frase final del relato califica esta experiencia como «visión» (Mt 17,9), y así ofrece una pista decisiva para entender lo que ha pasado. Significa que lo sucedido no se sitúa al mismo nivel que las vivencias cotidianas, que Dios ha revelado algo esencial sobre la identidad de Jesús que no podía percibirse en el contacto ordinario con él.
La visión y la voz
La transfiguración de Jesús supone una contemplación anticipada de la victoria del Resucitado. De hecho, los rasgos con los que se le describe aparecen en otros lugares del evangelio relacionados con la experiencia pascual. Además, es Jesús mismo quien prohíbe a los discípulos hablar del asunto «hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mt 17,9), pues sólo entonces podrá entenderse su sentido. Otros elementos visuales contribuyen a dar empaque a la escena, como, por ejemplo, la aparición de Moisés y Elías. Su presencia viene a corroborar que Jesús es el Mesías de Israel, puesto que ambos personajes habían sido relacionados con su llegada en la tradición judía (Dt 18,15; Mal 3,23-24), como bien refleja el evangelio de Mateo (Mt 17,11).
«Mi hijo amado. Escuchadlo»
El centro del relato está ocupado por la audición de la voz que se hace sentir desde la nube, un signo inequívoco de la presencia de Dios según la Biblia. Es ella la que interpreta definitivamente el sentido de la visión. La primera parte de su declaración coincide exactamente con lo que ya se había proclamado en el bautismo (Mt 3,17) y ratificado en las tentaciones (Mt 4,1-11), pero añade un elemento nuevo: «Escuchadlo». Seis días después de que Jesús haya reafirmado su opción de obediencia al Padre, aceptando su destino de muerte (Mt 16,21) y rechazando de nuevo el engaño de Satanás (Mt 16,22-23), esta declaración supone un espaldarazo definitivo a su persona por parte de Dios. Debe ser escuchado porque con su palabra y con su vida ha llevado a plenitud todo lo que estaba anunciado en la Ley (Moisés) y en los profetas (Elías).
El único camino posible
Mateo ha querido situar este relato en una sección del evangelio en la que Jesús se concentra en instruir a sus discípulos (Mt 16,21-20,34). Todo empieza con el anuncio de la pasión, que supone un duro golpe para ellos porque implica la frustración de sus expectativas mesiánicas. Baste recordar la reacción de Pedro. En este contexto, la transfiguración intenta animar la fe y el seguimiento de los discípulos, que han entrado en crisis. Mostrándoles por un momento el final del camino —la Resurrección—, pretende prepararles para asumir lo que les queda por recorrer: la pasión y la muerte. Por eso, lo decisivo para ellos comenzará al bajar del monte y encontrarse de nuevo con «Jesús, solo» (Mt 17,8). Es en la vida cotidiana y en el seguimiento del Mesías sufriente donde deberán reconocerle y escucharle como Hijo de Dios, aunque vean desfigurado a quien han contemplado transfigurado. Es la única ruta posible para alcanzar la gloria de la resurrección que ellos han entrevisto ya en la cima de aquel monte.
Meditamos: ¿Qué me dice a mí (a nosotros) el texto?
La Cuaresma de los primeros discípulos nos marca la pauta. Como ellos, caminamos hacia la Pascua, estamos llamados a vivir transfigurados. Pero seguimos a «Jesús, solo», que se entregó hasta la donación total de sí mismo. En ese camino, a veces sombrío y opaco, también hay momentos de luz donde vemos clara la meta y recuperamos fuerzas para seguir adelante.
Oramos: ¿Qué le decimos a Dios inspirados por este texto?
«¡Qué bueno es que estemos aquí!» Los momentos de intimidad con el Señor no pueden convertirse en una excusa para huir de la dura realidad, sino que son ocasión para fortalecer nuestro seguimiento y adherirnos a él también en las horas bajas. En el bautismo somos transfigurados e identificados con Jesús.
Cada uno puede decir a los demás lo que más le ha impactado de este evangelio que hemos leído y lo que Dios de exige a través de el. Luego podemos rezar todos juntos el Salmo 32:
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones.
Que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.
Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo, y existió;
él lo mandó y todo fue creado.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres.
Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.
No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza;
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salvan.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Nos comprometemos: ¿Qué me pide (nos pide) Dios que haga (hagamos)?
Hacemos compromiso de dedicar cada día un tiempo a la oración durante la Cuaresma. Y también de participar en el Retiro de Cuaresma que va a haber en nuestra comunidad parroquial.